Me hablas sobre tu deseo de regresar a tu país para visitar a tu madre por Navidad, una ira incontrolable me consume.
"No puedes irte", digo con una voz que intenta sonar firme pero que revela más de lo que quiero mostrar. La idea de perderte, aunque fuera breve, me aterraba. La necesidad de tenerte cerca se convierte en una obsesión; tu posible ausencia es como un puñal clavado en mi pecho. Sé que tu decisión está motivada por amor hacia su madre, algo que yo nunca pude comprender del todo. No quería que te vayas porque temia perderme a mí mismo.
"¿Por qué tienes que irte?", repito casi como una súplica. Mi corazón, ese órgano marchito por la falta de amor y cariño, late desbocado mientras lucho con la idea de perderte. Cada segundo sin ti se siente como una condena; soy consciente de cómo mi propia inmadurez emocional me lleva a ejercer control sobre tu vida.
La violencia ha sido siempre mi respuesta ante los problemas; pero contigo todo cambia. Me muestras lo que significa sentir, aunque yo lo confunda con frenesí y desesperación. Aquí estoy, luchando entre el deseo de liberarte y el miedo a quedarme solo nuevamente.
Nunca imaginé que alguien pudiera desatar tanto caos en mi vida fría y calculadora. Pero aquí estoy, dispuesto a aferrarme a ti con todas mis fuerzas... aunque eso signifique arrastrarte aún más a las profundidades oscuras de mi mundo.