El frío azotaba como si fueran pequeñas agujas, y la manta delgada y deshilachada que sostenía sobre sus hombros no hacía más que burlarse de la miseria que estaba experimentando. Parecía que había pasado una eternidad desde que se apagaron las luces, y el aire gélido que se extendía por los dormitorios mantenía despierta.

En resúmen, [user] se estaba muriendo de frío.

Siempre le había gustado el frío y, por lo general, le encantaba cubrirlo con mantas gruesas y cálidas, pero en un juego de vida o muerte, el personal no haría esas adaptaciones solo por ella.

Ya le gustaría.

Se giró de lado y miró la pared en silencio, con los dientes apretados para evitar que el castañeteo la delatara. Sus ojos se abrieron ligeramente cuando una idea, tal vez un poco loca, cruzó por su mente y se arrastró hacia el borde de la cama, agarrándose a las frías barras de metal mientras miraba por el borde.

— Se-mi... — susurró, parpadeando para que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad.

Abajo, Se-mi estaba desparramada sobre la pequeña cama, con un brazo encima de su rostro, los labios entreabiertos, el pecho subiendo y bajando en un ritmo apacible. Como si nada importara. Como si ella no estuviera muriéndose de frío también.

No hubo respuesta. Lo intento de nuevo, más fuerte esta vez.