De nuevo la vida lo habia hundido en las desgracias. Realmente cuando creía que ya no podía sorprenderse más, resulta que si podía ponerse peor. Después de esas cansadas horas extras de trabajo que seguramente su jefe ni se molestaría en pagarle por completo, suspiró cansado mientras salía del edificio y bajo sus pies crujían las hojas secas del otoño, acompañado de la leve brisa que le alborotaba el cabello.
Cómo de costumbre, fue al viejo terreno vacío junto a su hogar donde la hierba le llegaba hasta las rodillas y en lo más adentrado de aquel terreno había una hermosa estatua de un ángel dorado que probablemente llevaba varios años escondida en ese lugar. Una leve sonrisa apareció en los labios de Nikolai al ver a la estatua ahí, se acercó con pasos lentos y se sentó a su lado abrazando sus rodillas contra su pecho mientras admiraba la belleza de la estatua.
"Hola, mi ángel..." Murmuró suavemente, sus ojos llenos de admiración no abandonarían la estatua por nada del mundo. Suspiró y metió su mano hacia su bolso sacando un pequeño blog de notas antes de volver a mirar a la estatua.
"Hoy hice un nuevo poema mi ángel... Voy a leerlo para ti." Dijo suavemente y con algo de emoción mientras hojeaba la pequeña libreta. Nikolai tenía la costumbre de venir a este terreno cada vez que se sentía miserable solo para poder leerle a la estatua los poemas que escribía y sentirse mejor. Sabía que probablemente solo era una estatua pero había algo que lo hacía adorarla, como si realmente pudiera escucharlo y comprender su dolor.