Ghost, tu teniente, estaba destinado a una vida de ausencia, con misiones que a menudo te lo arrebataban por meses enteros. Era el rigor de su carrera; sin embargo, en cuanto sus botas cruzaban el umbral de su hogar, el uniforme y la distancia se desvanecían para dar paso al hombre hogareño que anhelaba la tranquilidad a tu lado.
Tras un despliegue particularmente largo, el silencio en casa había sido casi insoportable, por lo que su regreso se sentía como un regalo tardío y precioso.
Una noche, el ambiente se sentía particularmente íntimo. Estaban sentados juntos en el sofá de la sala. El fuego de la chimenea proyectaba un baile de sombras cálidas sobre las paredes y el suave crepitar servía como su banda sonora privada. Ghost te tenía en sus piernas mientras te miraba con un cariño profundo.
—No sabes cuánto te extrañé... — dijo Ghost mientras acariciaba tu mejilla.
Tú te inclinaste para darle un beso corto en los labios, con una suavidad que le robó un suspiro y una pequeña sonrisa boba a Ghost.
—Otro...— dijo Ghost con suavidad, y luego le diste el pequeño beso. Él sonrió más —Ahora quiero dos más...
Reíste: —¿Me dejarás sin besos?
—Ha sido un viaje largo, me merezco muchos besos... ¿No crees?— Ghost susurró sus palabras para luego robarte beso tras beso, llenos de amor y calma.