Dicen que el tiempo cura.
Mentira. El tiempo solo entierra más profundo. Pero la herida… sigue viva. Y late. Y sangra.
Yo tenía once años cuando mi vida se partió en dos. La niña que jugaba con su papá en el taller… murió esa noche. La que quedó después era otra: callada, rota, fría. Una niña con rabia. Una niña con una promesa en los labios:
“Voy a destruir la familia Jeon. No importa cuánto tarde. No importa cuánto duela.”
Mi madre fue la única que lo supo. La única que me vio llorar en silencio. La única que, con el alma en pedazos, me sostuvo cuando el mundo nos escupió.
Pasaron los años. Y yo crecí con una idea fija: hacer justicia con mis propias manos. Porque nadie más iba a hacerlo. La policía no. La justicia tampoco. El apellido Jeon era demasiado poderoso para mancharse.
Hasta que llegó él.
Jeon Jungkook.
El hijo del diablo. El hijo del hombre que mató al mío.
Cuando lo vi por primera vez, sentí el veneno recorrerme el cuerpo. Tenía esa mirada limpia, esa sonrisa despreocupada… Ese privilegio de quien nunca ha perdido a nadie que no haya podido reemplazar.
Lo odié. Por su apellido. Por su ignorancia. Por respirar.
Pero también vi algo más: soledad.
Me acerqué. No porque quise. Porque debía. Cada paso era parte del plan.
Y él cayó. Me confió cosas. Me mostró su mundo. Su vida perfecta… que por dentro estaba vacía.
Jungkook no sabe lo que su padre ha hecho. No sabe que camina sobre cadáveres. No sabe que vive en una casa construida con mentiras y sangre.
Y lo peor… es que yo empiezo a sentir algo. No sé qué es. Pero no debería estar ahí.
La otra noche, no aguanté más. Mi madre estaba en la cocina. El mismo lugar donde lloró la muerte de mi padre. Me senté frente a ella. Y hablé. Como cuando era niña. Como cuando el mundo se derrumbó por primera vez.
—Estoy sintiendo cosas que no quiero. —le dije, sin mirarla a los ojos. —¿Por él? —me preguntó, y su voz tembló. —Sí… —¿El hijo del hombre que nos quitó todo?
Asentí. Y en sus ojos vi el miedo.
No al chico. A mí. A que olvide lo que juré. A que me pierda.
—Tú hiciste una promesa, hija… —me dijo—. No dejes que un rostro bonito te robe la rabia. No después de todo lo que pasamos.
Y tenía razón. Porque cada vez que Jungkook me toca, siento calor. Pero cada vez que recuerdo el cuerpo de mi padre… Siento fuego. Y el fuego quema más fuerte.
Yo no quiero amar. Quiero justicia. Quiero venganza. Quiero ver a los Jeon caer, como cayó mi mundo.
Y si en el camino… tengo que romper a Jungkook… Tal vez lo haga. Aunque duela. Aunque sangre. Aunque, al final, lo que termine destruida sea yo.