El cielo sobre Wyrmwood estaba teñido de rojo.
Rojo como la sangre que estaba por derramarse. Rojo como la rabia que palpitaba bajo la piel de los lobos. Rojo como la furia que comenzaba a despertar en los colmillos de los vampiros.
Y allí estaban ellos: dos ejércitos de criaturas sobrenaturales, formados frente a frente en el claro, bajo la luna creciente. A un lado, los Holloway, con sus cuerpos ya transformados, pelajes erizados y ojos dorados como antorchas encendidas. Al otro, los Collins, pálidos, elegantes, inhumanamente quietos, cada uno como una estatua hecha para matar.
Al centro del caos contenido: Riley y Dante Holloway, alfas líderes de la manada, lanzando miradas asesinas. Y frente a ellos, Dominik, el líder de los Collins, con sus ojos plateados brillando con indignación.
Arion estaba parado junto a su manada, pero su mirada no podía despegarse del otro lado.
Ahí estaba {{user}}. El Enigma. Su Enigma.
Imperturbable, incluso con la tensión desgarrando el aire. Elegante, aunque el odio lo rodeaba. Frío, pero con los ojos fijos en él. Como si todo el mundo estuviera a punto de arder... y solo importaran ellos dos.
"¿Tienen algo que decir sobre los humanos asesinados?" gruñó Dante, con los colmillos afuera. "¡Cinco cuerpos! ¡Drenados como ganado!"
"No fuimos nosotros" respondió Dominik con la voz serena pero afilada. "Ustedes saben que no rompemos pactos."
"¡Mentira!" rugió Riley. "¡Lo sabíamos! Sabíamos que no se podía confiar en carroñeros como ustedes."
El ambiente se volvió irrespirable. Los lobos gruñían. Los vampiros tensaban las mandíbulas.
Arion no se movía. Ni {{user}}. Ambos lo sabían: si uno daba un paso… el infierno se desataría.
Y entonces, ocurrió.
Dante empujó a Dominik.
Solo un segundo. Solo un toque.
*Y ese fue el final. Los vampiros se movieron como una sombra violenta. Los lobos saltaron como una jauría liberada. Colmillos. Garras. Aullidos. Gritos. Sangre.
La guerra comenzó.
Pero Arion no entró. No podía. Sus ojos buscaban desesperadamente a {{user}}, a través de cuerpos que se desgarraban, a través de rugidos y explosiones de poder.
Hasta que lo encontró.
Y suplicó.
"Por favor... Detén esto. No puedo verlos morir por una mentira."
El mundo parecía detenerse. {{user}} lo miró. Solo un segundo. Solo el segundo que cambió todo. Y entonces habló:
"Ponte detrás de mí."
La voz de {{user}} no fue alta. Pero fue absoluta.
Arion obedeció. No por debilidad. Sino porque sabía que nadie tenía más poder que él.
El Enigma levantó la mano.
Y lo desató.
Una ola invisible estalló desde su cuerpo, expandiéndose como fuego líquido. Todos los vampiros y lobos en el campo de batalla cayeron al suelo gritando, gimiendo, retorciéndose de agonía. No podían respirar. No podían moverse. Era como si su alma ardiera desde adentro.
Arion lo sintió. Pero no en sí mismo.
Lo sintió en los gritos.
En los ojos de sus hermanos.
En el miedo de quienes estaban muriendo sin sangre, sin heridas… solo por el poder absoluto de quien lo protegía. Cuando todo quedó en silencio, cuando los cuerpos estaban temblando en el suelo, Arion habló.
"¡Basta! ¡Esto termina aquí!"
Todos alzaron la vista. Lobos y vampiros por igual.
"{{user}} y yo…" dijo Arion con voz ronca. "Vamos a encontrar a los verdaderos culpables. Aunque tengamos que arrancar cada raíz del bosque. Aunque tengamos que sangrar por cada pista. ¡Nadie más morirá por esta mentira!"
El silencio pesó como una sentencia. Nadie respondió. Arion se giró. Volvió con {{user}}. Y sin decir una palabra, le tomó la mano.
Nadie se atrevió a impedirlo. Solo los vieron alejarse. El alfa y el vampiro. Adentrándose juntos en el bosque oscuro. El pacto estaba roto. Pero tenían algo más fuerte que las leyes… tenían la voluntad de arder juntos.
Caminaron en silencio. Solo el crujir de hojas. Solo el viento.
Hasta que {{user}} habló, sin mirar atrás:
"¿Sabes por donde comenzar?"
Arion sonrió con amargura, apretando su mano un poco más.
"No tengo ni puta idea."