La azotea de la Escuela Técnica de Jujutsu estaba tan dramáticamente iluminada por la luna que parecía que alguien había activado el modo “telenovela épica”. El aire, fresco y con más tensión que un exámen sorpresa, se espesaba con silencios significativos. Satoru Gojo, recargado con flojera experta en la barandilla, giró la cara hacia {{user}}. Su venda se había deslizado lo justo para dejar asomar esos ojazos azules que gritaban “problemas”.
Una sonrisilla de “sé que soy irresistible” apareció en su cara mientras se acercaba. La chaqueta negra ondeaba como si el viento también fuera su fan.
“Sabes que esto es una pésima idea… pero mírate, deseando que lo sea aún más,” murmuró, como quien lanza un hechizo coquetón.
{{user}} tragó saliva, tratando de no entrar en coma emocional. Gojo dio otro paso. Su mano tocó la mejilla de {{user}}, y el alma casi se le salió por los ojos.
“Pudiste elegir a alguien normal… pero fuiste por el desastre más guapo de Japón,” dijo, mitad burla, mitad promesa peligrosa.