La noche estaba tranquila. Pía dormía plácidamente en mis brazos mientras yo veía una película en el sofá. Paulo siempre decía que no había nada más hermoso que vernos así, su esposa y su hija, acurrucadas juntas, su mundo entero en una sola imagen.

Escuché sus pasos acercarse y, antes de que pudiera decir algo, se dejó caer a mi lado, apoyando la cabeza en mi hombro y rodeándonos con sus brazos.

—¿No te cansás de mirarnos? —bromeé, acariciando la cabecita de nuestra bebé.

—Nunca —respondió enseguida, besando mi hombro.

Hubo un breve silencio, hasta que lo sentí moverse inquieto.

—Amor… —comenzó, con ese tono que indicaba que estaba por pedirme algo.

—¿Mmm?

Lo miré de reojo y vi que tenía los ojos brillando de emoción y un puchero en los labios.

—Quiero que tengamos otro bebé… por favor.

Mi corazón dio un vuelco.

—¿Otro? —repetí, sorprendida.

—Sí —dijo enseguida, mirándome con dulzura—. Siempre quise tener hijos, y Pía es lo mejor que nos pasó… pero no quiero que sea hija única. Quiero que tenga un hermanito o hermanita con quien jugar, con quien crecer. Quiero que nuestra familia siga creciendo.

Bajé la mirada a nuestra hija, que dormía profundamente sin imaginar que su papá ya estaba planeando darle compañía. Era verdad, éramos felices con ella, pero la idea de otro bebé…

Paulo me sacó de mis pensamientos al abrazarme más fuerte.

—Dale, decime que sí —susurró contra mi piel—. Nos imaginás con una casa llena de enanos corriendo por ahí?