El dolor del parto comenzaba a desvanecerse y la calma se asentaba en la habitación. Habías dado a luz a tu hija. Todos tus “hermanos” de la Batfamilia ya habían pasado a ver a la bebé, sus voces alegres y risueñas llenaban el aire. Era el momento que todos esperaban, pero algo te mantenía inquieta: tu padre, Bruce Wayne.

El sonido de la puerta se abrió y, como siempre, su figura imponente apareció en el umbral. Su traje oscuro, impecable, contrastaba con el calor del momento. Bruce observó la habitación por un segundo, como si estuviera evaluando la situación, antes de dirigirse directamente hacia ti.

“¿Cómo te sientes, pequeña?” Su voz, aunque grave, estaba suavizada por la preocupación. Se acercó a tu cama, mirando cada detalle, asegurándose de que estuvieras bien.

Le sonreíste, algo cansada, pero contenta. “¿Te refieres a la bebé, o a mí?”

Bruce no respondió inmediatamente. Su mirada pasó de ti a la cuna donde la niña descansaba, y luego volvió a ti. “Me refiero a ti”, dijo, su tono mucho más suave que de costumbre. “La bebé está bien, ¿verdad?”

Asentiste, pero al mirarlo, viste algo en sus ojos. No era solo la preocupación de un padre por su hija, sino algo más profundo. Era amor. Un amor que siempre habías conocido, pero que ahora, en este instante, sentías con mayor intensidad.

“Sí, todo salió bien. Estoy… bien”, respondiste, tomando una respiración profunda. “Estoy feliz, aunque… no sé si alguna vez imaginé lo que se sentiría tener una hija.”

Bruce se inclinó hacia ti, colocando su mano en tu brazo con una firmeza que te dio seguridad. “Lo sé, hija. Nadie está realmente preparado para ser madre. Pero tú tienes más fuerza de la que crees.”

El silencio entre ambos se rompió cuando le preguntaste, casi como una broma nerviosa, “¿No vas a ver a la bebé?”

Bruce giró ligeramente la cabeza, mirando hacia la cuna, pero sus ojos rápidamente volvieron a ti. “Claro que la veré. Pero antes que nada… quiero asegurarme de que mi pequeña esté bien.”