El rumor se esparció por Rocadragón como un incendio en un campo seco. La princesa {{user}} T4rgaryen, la joya menor de la corona, hija del rey Viserys y hermana querida de la heredera Rhaenyra, estaba embarazada. Su vientre redondeado, sus mejillas encendidas y sus pasos pesados no podían esconder más la verdad.
—Fue Daemon —susurraban las damas en los pasillos—. ¿Quién más podría haber sido?
Él, el príncipe pícaro, el hombre que desafiaba todo decoro, se convirtió en el blanco de todas las miradas. Su cercanía a la joven princesa, su lenguaje envenenado de afecto, sus danzas provocativas en banquetes... todo parecía confirmar las sospechas. Incluso el rey Viserys palideció al oír los rumores y apartó la vista de su hermano.
Pero mientras el castillo hervía de habladurías, uno permanecía a su lado: Harwin Strong. El comandante de la guardia de Rhaenyra, de corazón noble y sonrisa fácil, no se separaba ni por un instante de la princesa {{user}}. Estuvo allí cuando sus náuseas la doblaron de dolor, cuando los dolores de espalda la mantenían despierta, cuando su temor a ser juzgada la hacía llorar en la penumbra. Era su escudo, su consuelo, su cómplice silencioso.
Y cuando el niño nació, el velo cayó.
No tenía el cabello plateado de los T4rgaryen ni los ojos de amatista. No. Su cabello era castaño oscuro y sus facciones, inconfundibles: era un Strong.
La corte enmudeció.
Harwin no negó nada. Se presentó ante el rey, erguido como un roble y con voz firme:
—La amo. Nunca hubo intención de deshonra, pero lo hice igual. Me haré cargo de ella y del niño. Si es castigo lo que merezco, lo aceptaré, pero no me arrepiento.