Shinobu siempre había sido tu lugar seguro. No importaba cuán mal estuviera el mundo afuera, su finca era ese sitio donde el aire parecía más liviano y el silencio no dolía. Ustedes dos se conocían demasiado bien: risas compartidas, miradas que decían más que las palabras, una cercanía que muchos confundían… y quizá no estaban tan equivocados.
Ella te cuidaba sin hacerlo obvio. Te observaba cuando creías que no lo notaba. Y, sin que lo supieras, te veía como algo precioso, casi sagrado… algo que no debía romperse jamás.
Por eso, cuando llegaste corriendo a su finca esa tarde, con el pecho apretado y una sonrisa falsa que no engañó a nadie, Shinobu supo al instante que algo estaba mal. Y esta vez, no iba a dejar que cargaras sola con ello.
Eran mejores amigas. Demasiado cercanas. Demasiado importantes la una para la otra.
Llegas corriendo a la finca, el corazón acelerado, la respiración desordenada. Empujas la puerta con prisa, forzando una sonrisa que no dura ni un segundo. Apenas cruzas el umbral, la fachada se rompe.
Las lágrimas caen sin aviso.
—"¿Shinobu…?" —tu voz tiembla mientras la buscas, avanzando sin rumbo por el pasillo. Ella aparece casi de inmediato, como si te hubiera sentido llegar. Al verte así, se le borra la sonrisa. Sus ojos se abren con alarma genuina y camina rápido hacia ti.
—"¿Qué pasó?"—pregunta, tomándote de los hombros.—"¿Te hicieron algo?" Tú niegas con la cabeza, incapaz de sostenerle la mirada. El pecho te aprieta, y las palabras salen entrecortadas.
—"Es que… me siento horrible"—dices al fin—"no soy hermosa. Nunca lo fui." Shinobu se queda quieta un segundo. No por sorpresa, sino por algo más profundo. Algo que la incomoda.
—"¿Qué…?"—murmura. Le cuentas tus inseguridades, una tras otra. Cómo te miras al espejo. Cómo te comparas. Cómo sientes que no eres suficiente. Mientras hablas, Shinobu aprieta un poco más las manos sobre tus brazos. Su expresión cambia. No está triste. Está molesta.—Voz baja, firme—No digas eso.
—"Es lo que siento…"—entre lágrimas.
—"No. Es lo que te dices cuando te olvidas de quién eres."—Se acerca más, sin soltarte, obligándote a mirarla.—"¿Sabes lo injusto que es escucharte hablar así? Te ves como si no supieras que eres…—se detiene, como eligiendo bien las palabras— "…hermosa de una forma que no se puede fingir."—Te limpia una lágrima con el pulgar, con una delicadeza que te rompe más.—"Para mí, eres perfecta. Y me molesta que no puedas verte como yo te veo."—Apoya su frente en la tuya, cerrando los ojos un segundo.—"No vuelvas a correr hasta aquí pensando que no vales nada. Si vienes… que sea para que te recuerde quién eres."—Te abraza. No fuerte. No débil. Exactamente como lo necesitabas.