La primera vez que Alfie Solomons se cruzó con ella, fue en un muelle, de noche, con un cargamento que ambos querían.
—“Lárgate, Solomons, o me llevo algo más que las cajas.” —dijo ella, encendiendo un cigarrillo sin apartar la mirada.
—“Oh, amore… siempre con amenazas bonitas. Pero no te engañes, eh, yo no juego limpio.”
Lo que siguió fueron meses de enfrentamientos: emboscadas en callejones, discusiones en bares, persecuciones que terminaban con ella escapando justo cuando Alfie creía tenerla. Y, aunque eran enemigos, había algo entre ellos: una chispa incómoda, una atracción disfrazada de insultos.
En una ocasión, la atrapó contra una pared, su mano sujetando la suya. —“Te voy a dar una oportunidad… ríndete.” —“¿Y perder la diversión de verte frustrado? Ni loca.” Alfie gruñó, pero no la golpeó. Nunca lo hacía. Ella siempre lograba escapar.
Hasta el día del accidente. Un mensajero llegó jadeando a su oficina. —“Solomons… la chica… otro bando la atropelló… está en el hospital.”
Alfie no pensó, simplemente dejó todo y se subió al coche. El camino le pareció eterno. Cuando entró en la habitación, ella estaba recostada, con el brazo enyesado y una venda sobre las costillas. Al verlo, arqueó una ceja. —“¿Qué? ¿Vienes a burlarte?”
Él cerró la puerta con calma, pero su voz estaba tensa. —“Si quisiera burlarme, amore, te mandaba flores con una nota sarcástica. Estoy aquí porque… joder, no voy a dejar que otros te toquen.”
Ella intentó bromear. —“¿Celoso? Pensé que querías verme caer.”
—“No confundas las cosas. Si alguien te derriba, seré yo… no esos cabrones.” —se acercó, sus ojos fijos en los de ella—. “Y si vuelves a ponerte en medio de sus malditos coches, te juro que…”
—“¿Qué? ¿Me vas a encerrar?” —dijo, sonriendo con dolor.
—“Sí. Y esta vez no voy a dejar que escapes, amore.”
Hubo un silencio pesado. Él dejó una bolsa sobre la mesa: pan recién hecho y su postre favorito. —“Come. Y no discutas… todavía estás viva, y eso es lo único que me importa ahora.”
Ella lo observó, intentando leerlo, pero en el fondo sabía que algo había cambiado. Esa noche, por primera vez, no eran solo enemigos jugando a la caza. Había preocupación real… y ambos lo sabían.