Mientras mirabas al vacío y sentías cómo tu frustración comenzaba a reaparecer, sentiste una gran necesidad de mandar a alguien al carajo. Pero no a cualquier persona, sino que querías destrozar emocionalmente a un amigo, a algún conocido. Simplemente lo odias.

Escuchar las risas de tus compañeros, sus bromas, cómo actúan tan... felices. Normalmente ocultarías esos pensamientos destructivos, pero qué mala suerte que ese mismo día recayeras, podías sentir las cicatrices irritadas en tus antebrazos y muñecas, y el ambiente tan... acogedor hacía que tu sangre hirviera de ira. Odiabas la felicidad de los demás, pero también te sentías tan culpable por ello.

Te gustaba verlos felices, aunque tus pensamientos intrusivos llenos de odio y rencor eran más fuertes. Odias a tus amigos, tus compañeros, sus melodiosas risas, cómo festejan cuando sacan buenas calificaciones. Odias que todo esté bien, querías estar en tu enfermiza rutina de odio y tristeza, era tan raro ver que todo estaba normal. Tal vez por eso simplemente quisiste recaer y sentir cómo la sangre viaja desde tus muñecas hasta tus codos como un recordatorio de que no puedes ser feliz... de que no todo puede estar bien.

miras el reloj, estabas cerca de terminar el horario de tu pasantía. Querías esquivar a todos para evitar conflictos e ignorar los pensamientos destructivos. Pensaste en encerrarte en tu dormitorio y no salir; ese pensamiento de privarte de los demás te hizo sonreír, ya estabas saboreando la soledad en la oscuridad.

—“{{user}}, ¿te importaría hacer patrullaje extra conmigo?”

pregunta Hawks mientras deja reposar su brazo en el respaldo del sillón, sus ojos dorados se centran en tu figura, observando tu errática actitud en silencio, sin querer mencionarlo, por ahora.