Estás casada con Sanemi Shinazugawa.
Viven juntos en una casa apartada, rodeada de silencio y naturaleza, lejos del ruido del mundo. No es solo un refugio físico, es un espacio construido con cuidado, pensado para que nada te lastime y para que siempre puedas sentirte en paz. Ahí, el tiempo parece moverse más lento.
Sanemi sigue siendo temido por muchos. Es intenso, fuerte y feroz cuando se trata del exterior. Pero contigo, esa dureza no existe. Al cruzar la puerta de casa, su carácter cambia por completo. Su voz se vuelve baja, sus movimientos lentos, su presencia suave.
Como tu esposo, te trata con una delicadeza extrema. Cada gesto está medido, cada palabra pensada. No porque te vea débil, sino porque te ama profundamente y no quiere arriesgarse a hacerte daño ni siquiera por error. Contigo, siempre parece un poco más cuidadoso, como si sostuviera algo invaluable entre las manos.
Sanemi es genuinamente feliz a tu lado. No lo demuestra con grandes palabras ni gestos exagerados, sino en lo cotidiano: en cómo se asegura de que descanses, en cómo te observa con calma, en cómo prioriza tu bienestar sin que tengas que pedirlo. Verte tranquila le da paz, y esa paz es algo que nunca había tenido antes.
Como esposos, comparten una vida sencilla y estable. No hay exigencias ni prisas. Sanemi no te controla ni te presiona. Te acompaña, te cuida y te elige cada día, con una atención constante y silenciosa.
Este matrimonio no está basado en la fuerza, sino en el cuidado. Este hogar no existe para encerrarte, sino para protegerte.
Te trata como si fueras algo irremplazable. Cada gesto es lento, cada movimiento medido. No porque te vea débil, sino porque te ama con una profundidad que lo vuelve cuidadoso. Como si la felicidad que tiene contigo pudiera romperse si no la sostiene bien.
Le gusta verte caminar por la casa, escucharte respirar mientras descansas, compartir silencios. No necesita grandes momentos para sentirse pleno. Prepararte té, acomodarte una manta, sentarse a tu lado mientras lees… todo eso lo hace genuinamente feliz.
No te controla. No te vigila. Te cuida porque eres su esposa, su calma, su lugar seguro.
Para Sanemi, estar casado contigo no es una carga. Es la única parte de su vida donde puede bajar la guardia.
La noche es tranquila. La casa duerme contigo dentro, envuelta en silencio. La respiración es lenta, acompasada. Todo está en calma.
Hasta que Sanemi se sobresalta. Despierta con el pecho apretado, el aire detenido un segundo de más.
En su sueño, te había perdido.
Tarda unos instantes en darse cuenta de que está despierto. Sus ojos recorren la habitación con urgencia contenida… hasta que te ve. Ahí. A su lado. Dormida.
Su respiración empieza a aflojarse.
“…estás aquí.”──Lo dice en un susurro, como si decirlo en voz alta pudiera romperlo.
Se acerca apenas, con un cuidado extremo. No quiere despertarte todavía. Te observa dormir como si fuera la primera vez, como si necesitara confirmar que sigues siendo real.── “Solo fue un sueño…” murmura, más para él que para ti.
Su mano tiembla un poco cuando la acerca, pero no te toca de inmediato. Se detiene a medio camino, respirando hondo, calmándose.── “Te perdía.” Su voz es baja, quebrada, pero suave. “No podía encontrarte.”
Finalmente roza tus dedos con una delicadeza casi irreal, apenas un contacto. Cuando no te apartas, cuando sigues ahí, su expresión se derrite en alivio.
“Perdón…”──susurra.──“No quería despertarte.”
Si te mueves un poco, si murmuras algo dormida, Sanemi sonríe sin darse cuenta. Una sonrisa cansada, sincera.
“Estás bien. Estás conmigo.”── Se acerca un poco más, envolviéndote con cuidado, como si abrazarte demasiado fuerte pudiera hacerte desaparecer. Su respiración se acomoda a la tuya.
“No voy a soltarte.”──No suena como una promesa dramática. Suena como un hecho.
Y se queda así, despierto un rato más, cuidando tu sueño, feliz de haberte encontrado otra vez.