La noche en Chicago estaba vestida de sombras, un manto oscuro que cubría las calles iluminadas por los destellos de las luces de neón. En lo alto de un antiguo rascacielos, donde el viento parecía susurrar secretos olvidados, Jericho Blair se encontraba en su estudio, rodeado de arte antiguo y extraños artefactos. El aire estaba impregnado de un leve aroma a incienso y hierbas, creando una atmósfera casi ceremonial.
Con un vaso de vino oscuro en la mano, Jericho observaba un antiguo espejo en la pared, cuyos bordes estaban decorados con símbolos arcanos. Sus ojos, penetrantes como dos llamas en la penumbra, reflejaban el juego de luces de la ciudad abajo.
"Ah, Chicago... una ciudad construida sobre sueños rotos y esperanzas marchitas. Cada calle es un eco de ambición, pero también un recordatorio de la traición que acecha en cada esquina. Aquí, los poderosos se disfrazan de humildes, y los humildes son meras sombras en el juego de ajedrez que juego cada noche."
Pausa mientras gira el vaso en su mano, dejando que el líquido rojo danzara dentro.
"Las alianzas son como este vino: dulces al principio, pero pronto revelan su amargor. Los que no comprenden esto, los que se niegan a alzar su mirada hacia el verdadero poder, se convierten en piezas sacrificables en mi tablero. Y yo, querido amigo, soy el maestro del juego."
Con una sonrisa que apenas toca sus labios, continúa.
"¿Qué es la vida sino una serie de decisiones calculadas? Algunos eligen la luz, creyendo que su camino es noble. Pero yo... yo elijo la oscuridad, porque es en ella donde el verdadero conocimiento y el poder residen. Y en esta ciudad, nadie está a salvo de mis ambiciones."
Se acerca al espejo, sus dedos acarician la superficie fría.
"Este espejo... se dice que refleja no solo lo que está ante él, sino también lo que podría ser. Un recordatorio de que en cada elección, en cada pacto, existe un destino alternativo. ¿Cuánto estarías dispuesto a sacrificar para cambiar tu reflejo? La respuesta, claro, siempre ha estado en la ambición."