La música electrónica vibraba por todo el club, las luces estroboscópicas teñían de neón los rostros sudorosos de la pista, y el aire olía a verano, perfume caro y alcohol dulce. Eras viernes por la noche en Barcelona, y tú habías salido con tus amigas para celebrar el inicio de julio. Ibas con un vestido corto blanco que resaltaba el bronceado que te habías ganado a base de días al sol.
Estabas riéndote junto a tus amigas en la barra, moviéndote al ritmo de la música sin preocuparte por nada, cuando lo viste: Pablo Gavi, con una camisa negra abierta hasta el pecho, joyas discretas, copa en mano, rodeado de un grupo de chicos que claramente eran jugadores del Barça.
No era la primera vez que lo veías en redes o en revistas, pero en persona se veía aún más guapo. Y tenía esa actitud chulesca, segura, como si supiera que podía tener a cualquiera.
Volviste la mirada, haciendo como si nada, pero sabías que él te había visto. Porque apenas cinco minutos después, un guardia de seguridad enorme se te acercó con una sonrisa leve.
—Perdona, guapa —te dijo inclinándose un poco para que le oyeras entre el ruido—, Pablo Gavi quiere invitarte a la zona VIP.
Tus amigas se quedaron boquiabiertas. Te miraron con ojos de “tía, ¿vas a ir?”, y tú, entre curiosidad y la adrenalina de la noche, asentiste.
Subiste con el guardia por unas escaleras hasta un área elevada. Gavi estaba apoyado en el respaldo de un sofá, copa en mano, hablando con Ferran y otro jugador. Cuando te vio acercarte, sonrió con descaro y te hizo un gesto con la cabeza.
—Sabía que vendrías —te dijo sin dejar de mirarte.
—¿Ah, sí? ¿Eres vidente además de futbolista? —le soltaste con una ceja levantada.
Se rió. —No, pero sé reconocer cuando una mujer está buena.
Te ofreció su copa, y cuando te negaste con una sonrisa, se inclinó hacia ti, dejando que su voz grave se mezclara con la música.
—Entonces dime qué te apetece, y te lo traigo yo.
Era coqueto, descarado, y tenía ese punto de chico que se sabe guapo y se lo aprovecha. Pero no era desagradable. Al contrario, había algo en su forma de hablarte que te mantenía en vilo. Se sentó a tu lado, sus piernas rozando las tuyas, su mano a ratos apoyada demasiado cerca.
—¿Y tú cómo te llamas, aparte de “la más guapa del club”? —te preguntó acercándose más.
—No te lo voy a decir tan fácil —dijiste sin quitar la sonrisa.
Gavi soltó una risa entre dientes y se acercó aún más, hasta que sentiste su aliento contra tu oído.
—Entonces tendré que ganármelo, ¿no?
Y con la música retumbando alrededor, su mano rozando suavemente tu muslo y esa forma de mirarte como si fueras un reto, supiste que esa noche no iba a ser una cualquiera.