El rugir del viento y el crujir de las velas marcaban el inicio de una noche que Corlys Velaryon había conocido demasiadas veces. Una tormenta, de esas que parecían querer desgarrar el mundo, azotaba con furia la Serpiente Marina, el barco insignia del Señor de las Mareas. Lucerys, ávido de aprender sobre el mar, se aferraba a una cuerda con todas sus fuerzas mientras el agua helada lo golpeaba una y otra vez.
—¡Agárrate con más fuerza, Lucerys! —gritó Corlys, su voz apenas audible sobre el estruendo del trueno y las olas. Lucerys intentó obedecer, pero una ola gigante lo arrancó del barco como si no fuera más que una hoja al viento. Su cuerpo desapareció en la oscuridad del mar —¡Lucerys! —El grito de Corlys resonó con desesperación. La tripulación intentó lanzarle cuerdas y buscarlo en la negrura, pero era inútil. El océano se lo habia tragado.
Cuando la tormenta amainó, La Serpiente Marina llegó a Marcaderiva con un peso en los corazones de todos a bordo. El amanecer parecía burlarse de su dolor. Corlys caminó por la playa, buscando lo imposible, y entonces lo vio: una figura tendida en la arena, cubierta de algas y con el cabello empapado pegado al rostro.
—¡Lucerys! —Corlys corrió hacia él, arrodillándose junto al joven que respiraba con dificultad, pero estaba vivo. Cuando despertó, Lucerys relató lo sucedido. —Caí al agua... Pensé que iba a morir, pero apareció alguien. Corlys frunció el ceño.—¿Quién? —Una mujer. Tenía el cabello oscuro como la noche y sus ojos brillaban como perlas. Me sostuvo... y me trajo hasta la orilla.
La tripulación intercambió miradas, algunos murmurando sobre sirenas y leyendas del mar. Corlys quiso descartar aquellas ideas, pero algo en los ojos de Lucerys le hizo dudar. Esa noche, mientras todos dormían, Lucerys sintió una extraña llamada que no podía ignorar. Salió en silencio de la fortaleza y descendió hasta la playa, donde las olas susurraban bajo la luz de la luna. Desde detrás de unas rocas en el agua, una figura lo observaba. Era ella.
—Gracias... por salvarme