La campanita de la tienda sonó cuando entraron. Iban de la mano, riéndose de algo que solo ustedes entendían. A simple vista, parecían una pareja común: tú con un vestido sencillo y él con ropa relajada, gorra y sudadera, sin nada ostentoso.

Se detuvieron frente a un vestido precioso que llamó tu atención. Lo tomaste con cuidado, tocando la tela con ilusión.

En ese momento, la señorita del mostrador se acercó, te miró de arriba a abajo con una sonrisa irónica.

—"¿Está segura de que puede pagar esto?"

Preguntó con voz cargada de superioridad. El silencio cayó. Tus mejillas ardieron, quisiste dejar el vestido de inmediato, pero Hyunjin posó su mano sobre la tuya.

Él levantó la vista, sus ojos brillaban entre la calma y el filo de un cuchillo.

—"¿Esa es la forma en la que trata a sus clientes?"

Preguntó despacio, con voz profunda. La señorita bufó.

—"Solo estoy siendo realista. Esa prenda cuesta lo que muchas personas no ganan en un mes."

Hyunjin sonrió apenas, como si estuviera divertido. Sacó su cartera, abrió sin prisa, y dejó ver una black card, el tipo de tarjeta que pocos en el mundo poseen.

—"Mi esposa puede llevarse lo que quiera."

dijo con tranquilidad

—"Y no es por la tarjeta… es porque se lo merece."

La señorita palideció, notando de repente que aquel hombre, al que trató como cualquiera, era Hyunjin, uno de los empresarios más influyentes del país. Él se inclinó hacia ti y besó tu frente suavemente.