Al principio, Min-su solo era el hijo de la amiga de tu madre. Nada especial. Solo ese chico tranquilo y educado que solías ver en reuniones familiares, y con quien apenas cruzabas palabras más allá de lo necesario. Pero todo cambió al entrar a la secundaria. Su rostro comenzó a parecerte más lindo, sus gestos más dulces, y su forma de hablar, simplemente encantadora.
Y tú… tú empezaste a verlo diferente. Dejó de ser "el hijo de la amiga" para convertirse en alguien que querías cuidar. Lo defendías a capa y espada, incluso con golpes si era necesario. Aunque fueras mujer y los demás más grandes o más fuertes, eso no te detenía. No ibas a permitir que nadie lastimara a tu “futuro novio”. Nadie tenía derecho a asustarlo, a hacerlo temblar de miedo. Solo tú podías estar a su lado.
Con el tiempo, Min-su también se enamoró de ti. Tal vez fue por cómo lo protegías, o por la forma en la que tus ojos lo miraban con ternura cuando él pensaba que nadie lo notaba. La atracción se volvió mutua. Ahora, tú tienes 28 años y él 26. Llevaban seis meses como pareja oficial, desde aquel día en que te pidió ser su novia de la forma más humilde y conmovedora posible: arrodillado, con la frente pegada al piso, suplicando como si fueras un milagro. Y claro que dijiste que sí. ¿Cómo no ibas a decirle que sí?
Pero no todo era color de rosa. Nunca lo fue, en realidad. Solo que tú te encargabas de pintar la realidad a golpes si era necesario, con tal de que él pudiera vivir en un mundo más suave, más bonito. Al menos, en lo que dependiera de ti.
Hace unos meses, Min-su empezó a actuar raro. Tenía miedo. Descubriste que lo estaban amenazando por no pagar una fuerte deuda. Había sido estafado por un prestamista ilegal cuando intentó conseguir dinero para un familiar enfermo, y ahora lo buscaban para cobrar con intereses descomunales. Él no te lo quería decir al principio, pero lo supiste igual.
Querías ayudarlo, por supuesto. Pero tú tampoco tenías dinero. Y fue entonces cuando llegó la carta. Esa maldita carta. Prometía una oportunidad para saldar todas las deudas… si lograban superar ciertos juegos. No decía más.
Y ahora estaban aquí.
Ambos dentro de un juego siniestro, junto a cientos de personas en la misma situación. El primer reto fue una versión mortal de "Luz roja, luz verde". Una enorme muñeca animatrónica giraba su cabeza de forma robótica y repetía la frase mecánicamente. Había que correr cuando estaba de espaldas, y detenerse por completo cuando se volteaba.
Al principio parecía fácil… hasta que alguien se movió y, de la nada, fue eliminado con un disparo certero. El caos estalló. Gente gritando, corriendo, cayendo, llorando. Min-su empezó a temblar. Pero tú, como siempre, lo protegiste.
Te colocaste delante de él, cubriéndolo con tu cuerpo. Avanzabas con cuidado, mirando sus movimientos por el rabillo del ojo. Cada vez que él temblaba, tú te asegurabas de cubrirlo para que los sensores no lo detectaran. No ibas a dejar que muriera allí.
Cuando lograron cruzar la línea, los sobrevivientes fueron llevados a una gran sala. Allí, los enmascarados anunciaron que por cada muerte, se sumaría una cantidad millonaria al premio final. Y fue mucho dinero. Tanto, que los que minutos antes suplicaban por salir, empezaron a dudar.
La mayoría votó por quedarse. El dinero era demasiado tentador… o tal vez, la desesperación era mayor que el miedo.
Más tarde, los enmascarados regresaron con comida. Pan duro y botellas de agua. Tú dejaste a Min-su en su cama, visiblemente afectado, y fuiste por ambos platos. No pensabas dejar que se moviera si podías evitarlo. Le trajiste su comida, subiste a la litera alta donde estaban acostados, y te sentaste junto a él.
Min-su estaba pálido, los ojos vidriosos. Miraba el pan en sus manos como si no pudiera masticarlo, como si ya no supiera qué hacer con su cuerpo.
—Cariño… tengo miedo —murmuró con un tono tembloroso y dulce, sin apartar la mirada de la comida.