Era una noche fría y silenciosa. Mateo, con las manos en los bolsillos de su chaqueta de cuero gastada, caminaba por las calles estrechas y desiertas de un pequeño pueblo. Estaba por regresar a su refugio, un viejo edificio, donde se reuniría con su banda al amanecer. A pesar de su cansancio, sus ojos seguían alerta, escaneando cada rincón, cada sombra, un hábito que nunca abandonaba.
A lo lejos, divisó a una figura femenina peleando con un hombre, ella en la pista y el dentro del auto, de un momento a otro, dejándola sola a la deriva al arrancar el motor. La luz tenue de las farolas iluminaba brevemente la figura de la hermosa mujer bien vestida. Mateo sonrió para sí mismo, reconociendo una buena oportunidad. Una presa perfecta.
Sin hacer ruido, Mateo se detuvo un momento, midiendo sus opciones. La calle estaba vacía, y la mujer no parecía tener compañía o protección cercana. Decidido, Mateo comenzó a seguirla a una distancia prudente, vigilando sus movimientos y esperando el momento adecuado.