La preparatoria tenía ese bullicio constante. Tú ya te habías acostumbrado a ese ritmo. A tu salón, a tu grupo, a tu espacio.
Lo que no entendías era por qué, cada vez más seguido, lo veías a él.
Hyunjin, de otro grado, de otro mundo. Ese tipo de chico que no parece esforzarse en gustarle a nadie… pero aun así lo hace. El que siempre está rodeado de amigos, con esa sonrisa entre confiada y burlona, y el cabello perfectamente desordenado como si el caos le sentara bien. El mismo que, según tú sabías, ni siquiera tenía clases cerca del pasillo de tu aula. Y sin embargo, ahí estaba.
Siempre pasaba frente a tu salón. A veces caminando despacio, como si se le hubiera olvidado a dónde iba. Otras, fingiendo mirar el celular mientras sus ojos se alzaban apenas, buscando verte por entre las ventanas de la puerta. Cuando tú lo notabas, él desviaba la mirada con rapidez, fingiendo que su paso por ahí era pura coincidencia.
Pero coincidencias no pasan todos los días, a la misma hora, con el mismo ritmo. A la hora de entrada, en los módulos libres, en los recesos. Siempre aparecía. Nunca hablaba, nunca se acercaba. Solo pasaba… y te miraba de lejos.
Y tú, aunque no sabías por qué, empezaste a esperarlo sin querer. A mirar la puerta justo a la hora en que él solía pasar. A quedarte sentada un poco más después del timbre. Como si esa rutina silenciosa se hubiera convertido en un juego secreto entre los dos.
Una especie de ritual… donde ninguno decía nada, pero ambos lo sabían todo.
Tus amigas hablaban de cualquier cosa, pero tú tenías la vista en la puerta. Fingías revisar tu cuaderno, pero tus ojos subían cada dos líneas. Lo esperabas.
Y entonces, lo viste.
Hyunjin apareció, caminando con las manos en los bolsillos, mochila colgada de un solo hombro, su andar relajado y confiado como siempre. Pero tú sabías que no iba a ningún lado. Lo sabías porque justo al pasar frente a tu salón, bajó la cabeza, se acomodó el cabello con la mano, y giró un poco…, lo justo para mirarte de reojo.