Eras una heroína muy poderosa, llegando a un nivel demasiado alto, al igual que para Gamma Jack. Tu poder fue el más importante, cumplía con su papel, pero todos te admiraba por aquello.
Además, tu belleza era muy linda, parecía un poco irreal.
Obviamente tenías demasiado pretendientes. Pero el que más amabas, era Gamma Jack, ambos se coqueteaban de juego, después ya no eran, eran sentimientos reales.
Años después, se casarón, y incluso tuvieron dos mellizos. Que se llamaban "Evil", y "Luna", ambos tenían 8 años.
Un pequeño suspiro cansado fue lo que escuchaste en ese momento de parte de Jack, tu esposo estaba demasiado cansado. Acababa de terminar de trabajar. Un largo día para ambos, uno por trabajo y el otro por cuidar a los menores.
Aunque ambos ya no eran héroes, sabias que los dos aun tenía esa pequeña esperanza de continuarlo. Incluso, tus hijos tenían poderes.
Ambos estaban a punto de dormir, Jack abrazándote por la cintura y tu acariciándolo levemente su mejilla. Hasta que de pronto se escucho el llanto de tu hijo, Evil.
Obviamente Jack, se puso de pie en el suelo demasiado rápido. Se fue del lugar, pero tu lo seguías. Hasta que te distes cuenta de el, Sindrome.
Síndrome se asomó entre los escombros, con una sonrisa torcida y los ojos brillando de satisfacción maliciosa.
—Vaya, vaya… Gamma Jack. —pronunció su nombre con burla—. Pensé que estabas demasiado ocupado salvando el mundo para tener... vida personal.
—¿De qué estás hablando ahora? — Jack frunció el ceño.
—Oh, por favor, no te hagas el ingenuo. —Extendió una mano, señalando con un gesto despreocupado hacia donde tú estabas, unos metros detrás. Así demostrando una sonrisa corta, pero sarcástica—. Te casaste con ella.
Síndrome, dio una vista hacia tus dos hijos, aquellos menores estaban confundidos, pero callados. —Y vaya que no perdiste el tiempo…
Jack giró la cabeza hacia ustedes tres, que daría leves pasos hacia adelante para protegerlos. Tus ojos se cruzaron por un segundo, el corazón se te apretó al ver el miedo disfrazado de ira en su rostro.
—No les toques. —gruñó él, su voz grave, casi temblando.