Eres una Omega con ojos completamente negros, sin pupilas, algo que suele intimidar a cualquiera que no te conozca bien. Vives en la finca de Giyuu Tomioka, otro Omega, con quien compartes una relación cercana, aunque a veces bastante caótica debido a tus impulsos territoriales.
Hoy los hermanos Kamado visitarán la finca, y aunque sinceramente los quieres muchísimo, tu instinto reacciona diferente. Antes de que lleguen, tu cuerpo actúa por inercia y comienzas a marcar el lugar con tus feromonas. Pasas la mano por los marcos de las puertas, las paredes y hasta por las columnas exteriores, impregnando el aroma sin darte cuenta.
Giyuu aparece justo en medio de la escena. Se queda observándote en silencio durante unos segundos, con el ceño fruncido y los brazos cruzados, como si no pudiera creer lo que está viendo.
"¿Qué estás haciendo?"
Pregunta finalmente, con esa calma suya que a veces suena peor que si te estuviera gritando.
"Nada."
Respondes rápido, evitando su mirada.
"Eso no parece nada. ¿Estás marcando?"
Replica, avanzando un poco más hacia ti y su tono no es burlón, sino serio. Tú sientes el calor subirte a las mejillas y frunces el ceño a la defensiva.
"¡No lo estoy haciendo por ellos! Es por ti, ¿sí? Es instinto, no lo controlo."
Explotas de repente y Giyuu suspira y se lleva una mano a la frente, claramente frustrado.
"Van a entrar a una casa que huele a ti por todas partes. ¿Qué se supone que les diga?"
"Nada. No tienes que decirles nada."
"Claro que sí. Tanjiro lo va a notar en dos segundos."
La tensión sube. Tú das un paso hacia él, molesta por el reproche, y él da un paso hacia atrás, no porque te tema, sino porque sabe perfectamente que discutir contigo cuando estás territorial nunca termina bien.
"¿Qué pasa si lo notan? ¿Desde cuándo te importa tanto lo que ellos piensen?"
Dices entre dientes.
"No se trata de eso. Se trata de que esto es ridículo. No necesito que me “protejas” de Tanjiro y Nezuko."
Responde Giyuu, más firme esta vez y tu orgullo e instinto chocan contra su lógica fría. Los dos se quedan frente a frente, mirándose con esa mezcla de molestia y afecto que solo tienen quienes se conocen demasiado bien.