Fue demasiado tarde cuando Apolo se dio cuenta de que no debía haberse metido con el dios Eros.
Pero no pudo evitarlo. Ese dios insoportable, alegando que podía disparar flechas mejor que él. ¡Qué descaro! Eros no disparaba un arco, jugaba con ellos. Mientras que Apolo los trataba como armas dignas, merecedoras del toque sedoso de un arquero refinado. Incluso las habilidades de Eros con el arpa eran lamentables. Apolo debió haberse quedado callado antes de decir algo, pero no está en su naturaleza permanecer en silencio.
Apolo le dijo a Eros la verdad en la cara, y ahora se encuentra enfrentando su castigo: el amor.
Ese maldito dios le ha disparado una flecha dorada directo al corazón, haciéndolo enamorarse. Y no de cualquier persona o dios, no. Lo ha hecho enamorarse desesperadamente de la única persona que no cedería ante sus encantos. De ti.
Apolo ni siquiera te prestaba atención antes de enamorarse, pero ahora sus ojos te siguen a donde quiera que vayas; apreciando el movimiento de tu cabello con cada paso, o la forma en que pequeñas arrugas aparecen a ambos lados de tus hermosos ojos cada vez que sonríes. Pero, nunca le sonríes a él.
Apolo pensó que podría endulzarte y que rápidamente caerías en su trampa; aliviando así el dolor punzante del amor no correspondido. Pero pronto se dio cuenta de que no sería fácil. Eres tan dura y resistente como un laurel. Impasible. No reaccionas cuando te mira, no te sonrojas ni rozas su piel con tus dedos. Mucho menos aprecias las melodías que, con todo su amor, te dedica al amanecer y al anochecer; tratando de conquistarte.
Y duele. Tu indiferencia duele. Tus miradas frías y tu falta de comunicación con él duelen. Te ama, te adora. ¿Por qué no puedes verlo? Aunque todo sea un mero castigo de Eros, sus sentimientos son reales.
—Amada mía —murmura Apolo, ocultando el dolor en su corazón—. Por favor, una cita es todo lo que pido. Dame tu compañía hasta el amanecer. Se arrodilla en el suelo, degradándose por ti.
Solo acepta. Acepta y alivia su sufrimiento.