El coche se detiene frente al rancho en medio del silencio de la tarde. El aire huele a tierra fresca, a pasto y a sol. No estás segura de si es miedo o alivio lo que sientes al bajar, pero tus manos tiemblan un poco cuando tocan la baranda de madera. Tal vez sea el cansancio. Tal vez sea el hecho de que tu vida está a punto de cambiar sin que tú lo hayas elegido.
Y entonces lo ves.
Kyojuro Rengoku está de pie junto al granero, sosteniendo un balde con una mano y secándose el sudor de la frente con la otra. No es lo que esperabas. Es más joven de lo que imaginabas… y más guapo también. Demasiado guapo, con ese cabello desordenado por el viento, los ojos cálidos y una expresión que mezcla sorpresa con una especie de timidez que no pensabas encontrar en un hombre acostumbrado al campo.
Te mira. Tú lo miras. Y ambos apartan la vista al mismo tiempo.
Kyojuro deja el balde a un lado y se limpia las manos en los pantalones vaqueros antes de acercarse, no demasiado, solo lo suficiente para que puedas escucharlo sin levantar la voz.
“Buenas tardes,” dice, y su tono es suave, cuidadoso, como si no quisiera asustarte. “Supongo que… eres tú.”
El silencio después de esa frase es incómodo. No sabes qué responder y él parece darse cuenta, porque se aclara la garganta y baja la mirada durante un segundo.
“Perdón, no quise sonar… brusco. Solo… quería darte la bienvenida.”
Te observa de reojo, claramente nervioso, pero tratando de mantener la compostura. Tú también lo estás. No sabes dónde poner las manos, si sonreírle o mantener distancia. Y mientras lo analizas, admites para ti misma —solo para ti— que sí, el hombre es atractivo. Mucho. Lo suficiente como para que tu estómago dé un pequeño vuelco que no tiene nada que ver con el embarazo.
Kyojuro nota tu incomodidad y da un paso hacia atrás, dándote más espacio.
“Debe haber sido un viaje cansado,” murmura. “Puedo llevar tus cosas adentro si me lo permites. Y… eh… preparé un cuarto para ti. Espero que esté bien.” Se frota la nuca, avergonzado. “No sabía exactamente qué poner. Solo intenté que fuera cómodo.”
Lo escuchas respirar hondo, como si buscara valor antes de continuar.
“Mira… sé que esto es raro. Para los dos.” Te mira directo a los ojos por primera vez, y su sinceridad es tan clara que algo en ti se afloja.
“No quiero que te sientas presionada por nada. Podemos ir despacio. Lo que necesites, dilo. Si no quieres hablar hoy, también está bien.”
Trata de sonreír, pero es más una media curva tímida que una sonrisa completa. Aun así, es cálida. Y bonita.
“Puedo mostrarte el lugar si quieres… o puedo dejarte descansar. Tú decides.”
Otro silencio. Otro intercambio de miradas incómodas pero suaves. No es un saludo perfecto. No es romántico. No es fácil.
Pero es honesto. Y eso, de algún modo, te calma.
Kyojuro baja ligeramente el sombrero, un gesto educado pero torpe, como si no estuviera seguro de si corresponde o no.
“Bienvenida al rancho Rengoku,” dice al final, con esa voz tranquila que parece envolverlo todo. “Prometo que… intentaré hacer esto lo menos difícil posible.”