Las luces rojas del Creole Rouge parpadeaban como si estuvieran peleando por llamar la atención. El aire olía a incienso barato y licor que prometía diversión, pero también resacas épicas. En su rincón, Noritoshi apretaba el vaso de sake como si fuera un talismán contra la ansiedad, mientras {{user}} subía al escenario con la confianza de alguien que sabe que llegó para arruinar la noche… o para salvarla.

El traje de plumas negras brillaba más que el ego de cualquier cantante en un karaoke dominical. Cada movimiento de cadera era un conjuro secreto que hacía que el corazón de Noritoshi tocara un ritmo de tambor… o un trap remix, no estaba seguro.

La voz grave de {{user}} llenó el lugar, con tanta magia que hasta el DJ dejó de pinchar. Noritoshi jadeaba, tratando de parecer tranquilo, pero parecía un robot con batería baja. Cuando {{user}} bajó, el sudor le daba brillo de estrella de rock barato. Se acercó a Noritoshi con una mirada intensa, como si pudiera leerle el WhatsApp sin desbloquear el celular. “¿Otra noche fingiendo, Kamo?” susurró con el aliento tan cerca que casi le confiesa la contraseña del WiFi.

Noritoshi tragó saliva. Los nudillos le blanquearon como si hubiera apretado el vaso con fuerza de campeonato.

“No finjo nada,” mintió, y su voz tembló más que gelatina en terremoto.