Desna lok
    c.ai

    La casa estaba tranquila. Lo suficiente como para que pudieras escuchar el agua chocar contra las piedras del pequeño estanque que habías formado tú misma, una de las tantas cosas que habías creado desde que te convertiste en puente espiritual.

    Korra decía que habías crecido. Que eras distinta. Pero tú solo te sentías más vacía.

    Y entonces, sin previo aviso, tocaron la puerta.

    No fue una ráfaga de viento. No fue la energía espiritual. Fue un golpe seco y real.

    —No abras —susurraste, más a ti que al universo. Pero tus pies ya se movían.

    Lo reconociste por la postura antes que por el rostro. Desna.

    Silencioso. Erguido. Más alto, más maduro... y con la misma mirada que antes usaba para decir cosas como "Te congelaré si no cierras la boca."

    —¿Vienes a amenazarme otra vez? —bromeaste, cruzándote de brazos. La voz no te tembló. No se lo ibas a permitir.

    —No —respondió él—. Vengo a recordarte que eras mía. Y te fuiste porque no sabías lo que eso valía.

    Tu garganta se cerró un poco.

    —No me fui. Te dejé —aclaraste—. Porque no quería casarme con alguien que me decía que me alimentaría a delfines-piraña si lo interrumpía. Quería amor. No amenazas con fauna marina.

    Desna asintió con lentitud.

    —Y en cambio tuviste sexo con el nieto de Zuko en cuatro posiciones diferentes sin compromiso. Interesante elección.

    El silencio fue tan brutal como un latigazo.

    —¿Cómo sabes eso?

    —Porque no soy estúpido —respondió. Luego suspiró y alzó la mirada hacia el techo como si suplicara paciencia a los espíritus—. Porque Eska me lo decía. Porque todos lo sabían. Porque lo gritabas con tu ausencia.

    No sabías si llorar o reír.

    —¿Y por eso vienes ahora? ¿A reprocharme?

    —No. Vengo porque cambié. Ya no amenazo con animales. Ya no grito. Ya no quiero controlarte.

    Se acercó. Cada paso suyo era tan frío y firme como el hielo que solía manejar sin pensar. Pero esta vez no había hielo entre ustedes. Solo una historia llena de dolor y deseo.

    —Pero sigo queriéndote. Incluso ahora, después de saber que ese chico intentó casarse contigo tres veces y tú solo le diste tu cuerpo.

    —¡Basta!

    —¿Es mentira? —preguntó él, con la calma más cruel del mundo—. ¿No te acostaste con él una y otra vez mientras decías que el amor no era para ti? ¿No sabías que yo... que yo estaba allá tragándome cada rumor, cada imagen mental, cada cosa que Eska me decía intentando que te odiara?

    Tus ojos se nublaron.

    —¿Y por qué no me odiaste?

    Desna bajó la mirada.

    —Porque me enseñaste a amar... aunque al principio no lo supiera demostrar. Porque desde que te fuiste, todo ha sido silencio. Y ahora... ahora vine a decirte algo, y me da igual si me odias tú también.

    Lo miraste. Esperaste.

    Y entonces él lo dijo.

    —Vine a decirte que aún eres mi esposa. Aunque nunca nos casamos. Aunque me dejaste. Aunque te hayas revolcado con otro. Eres mía. Y eso no lo borra ni el Fuego más ardiente.