Alejandro garnacho
    c.ai

    Había algo diferente en Alejandro. Lo notaba desde hacía semanas. Su forma de mirarme, la manera en que evitaba mis preguntas, los mensajes que le llegaban a altas horas de la noche y que siempre contestaba con una excusa barata.

    —Son cosas del club, amor. No te preocupes.

    Yo quería creerle. Dios sabe cuánto lo amaba. Pero el instinto no miente. Y mi corazón ya lo sabía antes de que mis ojos lo confirmaran.

    Esa noche, cuando dijo que tenía una cena con el equipo, algo dentro de mí gritó que no me quedara quieta. Que lo siguiera.

    Y lo hice.

    Lo vi entrar a un lujoso restaurante en el centro de Manchester, pero no estaba con sus compañeros. Estaba con ella.

    Una mujer rubia, esbelta, con un vestido rojo que se ceñía a su cuerpo como si estuviera hecho para ella. Se reía, tocaba su brazo, lo miraba como si él fuera suyo. Y Alejandro… Alejandro no hacía nada para detenerla.

    No sé cuánto tiempo me quedé allí, mirando a través del ventanal del restaurante, sintiendo cómo mi corazón se rompía en mil pedazos. Hasta que él hizo lo que jamás pensé que haría: la besó.

    Mi mundo se detuvo.