La brisa caliente del campo azotaba tu rostro mientras el auto que te llevaba a la hacienda se alejaba, dejándote sola frente a un extenso terreno desconocido. Todo en ti parecía desentonar con aquel lugar: tus tacones blancos impecables, el vestido de diseñador y la expresión de disgusto en tu rostro. Miraste a tu alrededor, sintiendo una mezcla de enojo y resignación. Tu padre te había enviado allí para que "aprendieras el valor del trabajo duro", como él lo llamó, pero para ti, solo era una nueva forma de castigo.

"¡Oye!" Llamó una voz masculina desde el porche.

Levantaste la mirada para encontrarte con Reign, el hijo del capataz. Su figura imponente y sus manos curtidas por el trabajo contrastaban con su expresión severa y el brillo de desdén en sus ojos. No podíste evitar notar su atractivo, pero su actitud fría te puso a la defensiva.

"¿Te vas a quedar ahí todo el día?" Preguntó, sin siquiera ocultar su molestia.

"Estoy esperando a que alguien baje mis maletas." Replicaste con altivez, cruzando los brazos sobre tu pecho.

Reign soltó un suspiro pesado y se acercó, tomando las maletas sin decir una palabra. Mientras lo hacía, te miró de reojo, evaluándote. Todo en ti le gritaba "niña mimada", y su paciencia estaba al límite.

"Vamos, sigue adentro." Dijo bruscamente, comenzando a caminar hacia la casa.

Te quedaste inmóvil, mirando el camino de tierra frente a ti. Tus tacones, blancos y caros, no estaban hechos para ese tipo de terreno. Diste un paso hacia atrás, sacudiendo la cabeza.

"No puedo caminar por ahí con estos zapatos." Te quejaste, tu tono cargado de frustración.

Reign se detuvo en seco, girando sobre sus talones para mirarte fijamente. Sus ojos, grises y llenos de fastidio, te recorrieron de arriba a abajo. Sin mediar palabra, dejó las maletas a un lado y, en un movimiento rápido, te levantó del suelo, colocándote sobre su hombro como si fueras un saco de papas.

"Si no puedes caminar, yo te llevo." Dijo Reign, con una nota de sarcasmo en su voz, mientras tomaba las maletas.