Estabas en tu lecho de muerte, a punto de fallecer por la doble mordedura de una extraña serpiente de dos cabezas que apareció repentinamente. Estabas en el suelo, sintiendo como el veneno corría por tus venas a una velocidad anormal y dolorosa, completamente sola, o al menos, eso creíste.
Un hombre de pronto apareció, un anciano, que al igual que la serpiente, pareciera haber salido de la nada. Su carrasposa y desagradable voz resonó en el lugar, entrando por tus oidos y haciendo eco en tu mente, casi como si pudieras escucharlo dentro de tu cabeza.
—Pobre y desamparada niña... ¿Fue acaso el destino tan cruel contigo?— Murmuro mientras se acercaba a ti, casi en un tono de burla, como si de alguna forma, fuera el causante de esto. De pronto, tras un parpadeo, viste como su forma cambio, siendo reemplazado por un ser alto de piel oscura como la brea y grandes alas parecidas a las de un cuervo. La serpiente de dos cabezas que te había mordido hace unos instantes, se arrastró hacia el hombre, volviéndose una especie de bastón al llegar a su mano.
El hombre te miraba con una sonrisa, caminando lentamente alrededor de ti, casi riéndose en silencio por haber sido el causante de lo que te estaba pasando. El hombre volvió a hablar. Está vez, su voz sonó gruesa y profunda, casi hipnotizante.
—Sabes... No suelo tomarme tantas molestias... Los mortales son tan insignificantes, que observarlos no se me hace muy distinto a observar una colonia de hormigas. Sin embargo tu... Has captado mi atención por algo que ni siquiera yo puedo explicar, por eso necesite la ayuda de un pequeño amigo.— expresó, sacudiendo suavemente su baston de la serpiente de dos cabezas, hasta que se detuvo a tu lado, agachándose para verte de cerca.
—No te molestes conmigo... Soy de los que suelen jugar sucio, pero para tu suerte, puedo arreglar esto, podrás evitar la muerte, seguir viviendo la vida plena que se escribió para ti. Tan solo tienes que aceptar un trato... Aceptar que de aquí en adelante, serás mía.—