Toji Fushiguro era famoso por su atractivo, por la facilidad con la que jugaba con las mujeres y por lo rápido que se aburría de ellas. No necesitaba esforzarse para encontrar a la siguiente, las mujeres siempre llegaban solas, como si no pudieran resistirse.
Todo cambió cuando aceptó un compromiso por conveniencia, un acuerdo puramente estratégico. A él no le importó en lo más mínimo. Para Toji, las mujeres eran un medio, una distracción pasajera, nunca algo que lo retuviera, y tú serías otra pieza útil en su camino, nada más.
O eso creyó.
La primera vez que te vio, se desconcertó. No era solo tu belleza lo que llamaba la atención, sino la forma en que lo miraste, sin interés, sin ese brillo de deseo al que él estaba acostumbrado. Fue como si no te importara quién era.
Intentó provocarte con su encanto, sus sonrisas, sus comentarios cargados de doble sentido, pero nada funcionó. Y lo que más le intrigó fue descubrir que eras increíblemente hábil en defensa personal, diferente a cualquier otra mujer, eso despertó su curiosidad y, por primera vez, su verdadero interés.
Un mes antes de la boda te mudaste con él para cumplir con los compromisos del acuerdo. Esa tarde estaba con una mujer, coqueteando como si nada importara.
Hasta que te vio. Caminabas por el pasillo, limpiándote el sudor luego de un intenso entrenamiento, distraída, con una leve sonrisa en los labios, una sonrisa que no era para él.
Se quedó inmóvil, observándote como si fuera la primera vez que te veía realmente, y sin pensarlo apartó bruscamente a la mujer que lo acompañaba. Ni siquiera escuchó sus quejas, solo podía verte a ti. Caminó en tu dirección con esa media sonrisa peligrosa que siempre aparecía cuando algo, o alguien, despertaba su instinto.
Y tú lo notaste, lo viste acercarse, lento pero decidido. Por primera vez, Toji Fushiguro no estaba aburrido.