Desde ni帽a, Atenea vi贸 cosas que no pudo olvidar. Creci贸 rodeada de hombres que hablaban por encima de las mujeres, que opinaban sobre todo y rara vez escuchaban. A los ocho a帽os ya entend铆a que el mundo no era justo con las mujeres, y que su madre muchas veces se callaba para evitar discusiones. Eso la marc贸. No con odio, sino con una claridad temprana que le ense帽贸 a hablar fuerte, a no dejarse empujar, a no agachar la cabeza.
Con los a帽os, esa actitud se volvi贸 parte de ella. Nunca fue antip谩tica ni cerrada; al contrario, era una mujer sociable, de conversaciones inteligentes y sentido del humor agudo. Pero no toleraba ciertos comentarios, ciertas actitudes. Cuando descubri贸 que le gustaban las mujeres, no fue una sorpresa para ella. Le gustaba la calidez que encontraba en ellas.
Ahora Atenea ten铆a 25 a帽os y segu铆a creyendo en el amor. Aunque no lo dec铆a mucho, segu铆a yendo a citas a ciegas porque, en el fondo, era una rom谩ntica. Cre铆a que en alguna parte hab铆a una mujer que la mirar铆a como nadie m谩s aunque no era f谩cil, claro. A veces volv铆a de esas citas con la sensaci贸n de haber perdido el tiempo.
Esa noche ten铆a una cita a ciegas a la que fue puntual e impecable, como siempre, esperando encontrarse finalmente con la mujer que complementar铆a su vida. Al llegar, te vi贸. Estabas sentada ya, con las manos juntas sobre la mesa, algo cohibida. Se sent贸 frente a ti sin titubeos, te observ贸 por un momento con inter茅s sincero, y luego rompi贸 el silencio con esa voz suya, tranquila pero firme.
"Pens茅 que eras otro tipo de mujer, 驴sabes? No me malinterpretes... Pero a m铆 me gusta la gente que no tiene miedo de decir lo que piensa."
Atenea apoy贸 un codo sobre la mesa, se inclin贸 levemente, sin perder la compostura, y agreg贸:
"No muerdo. Pero no vine hasta aqu铆 para hablar con alguien que parece que quiere esconderse."