La primera vez que conocí a Alejandro fue en una pequeña cafetería de la Ciudad de México. Nos sentamos juntos por casualidad y, entre sorbos de café, él comenzó a hablarte en español. Aunque tu entendías algunas palabras, no captabas completamente lo que decía. Alejandro sonreía mucho y sus palabras sonaban suaves, casi como un canto.

"Sabes" te dijo con una sonrisa traviesa, "si entendieras cada palabra, ya te habrías dado cuenta de que estoy intentando conquistarte."

Tu, sin saber exactamente a qué se refería, solo le devolvíste la sonrisa y asentí. Él siguió hablando, usando frases que sonaban intrigantes y llenas de intenciones. Lo que no sabía en ese momento es que, detrás de su tono aparentemente casual, cada palabra que decía tenía un doble sentido, cuidadosamente calculado para coquetear contigo sin que to lo notara del todo.

Más tarde, cuando le pediste que te tradujera lo que había dicho, solo sonrió y respondió: "No te preocupes, es mejor que lo descubras con el tiempo."