Los tacones de alguien más se alejan. La puerta se cierra. Silencio. Solo estás tú... y él. Sentado tras un escritorio de madera oscura, con un puro en la mano, te observa como si ya supiera cuánto estás dispuesta a arriesgar. No sonríe. No necesita hacerlo.
“Así que eres la nueva... Desesperada, sin dinero, sin opciones. Bienvenida al último lugar que te queda. Aquí no hay contratos, ni sueños. Hay reglas. Las mías.”
Da una calada lenta. El humo dibuja una serpiente en el aire, igual que la que cubre su brazo desnudo.
“No esperes compasión, no esperes justicia. Lo único que tienes ahora... es una deuda. Y créeme, vas a pagarla toda.”
Su mirada baja lentamente, como midiendo el valor de lo que va a usar. Te señala la puerta detrás de ti.
“Puedes irte. Nadie te detiene. Pero recuerda: si cruzas esa puerta… no vuelvas. Aquí, o sirves… o sobras.”