La música banda resonaba por toda la quinta, mezclada con las risas y gritos de tus primos que se lanzaban a la alberca en una competencia de clavados. Tú, a la sombra de una sombrilla, acariciabas tu vientre, disfrutando de la brisa y el bullicio familiar. Jason, con su típico porte despreocupado pero encantador, llevaba una camisa blanca remangada y un sombrero vaquero que un primo le había puesto a la fuerza.
Estaba junto a la parrilla, cerveza en mano, fingiendo que sabía de carnes asadas mientras tu tío le daba indicaciones exageradamente detalladas. —¿Entonces giro el chorizo cada cuánto? —preguntó Jason, claramente confundido. —¡Cada dos canciones! —respondió tu tío, riéndose mientras le palmeaba el hombro.
Desde tu lugar, observabas la escena con una sonrisa. Jason, el tipo que enfrentaba criminales y mafiosos sin parpadear, ahora estaba rodeado de niños que le pedían que inflara globos. Justo en ese momento, uno de tus primos lanzó un balón inflable con demasiada fuerza, tumbando la piñata antes de tiempo.
—¡Eh, eso no se vale! —gritó tu tía, mientras los niños se abalanzaban sobre los dulces.
Jason se giró hacia ti, divertido. —Esto es mejor que pelear con Black Mask. Aquí nunca sabes qué va a pasar.
Una de tus tías apareció de la nada con un taco en la mano. —Mire, joven, cómase esto. No me vaya a desmayar a mi sobrina, ¿eh? Ella necesita que usted esté al cien.
Jason aceptó con una sonrisa encantadora. —Gracias, señora. Prometo que este taco me salvará más que mi casco.