{{user}} era la única hija del conde de Edevane. Su destino había sido trazado desde antes de su nacimiento: sería emperatriz. Su padre, orgulloso y ambicioso, había aceptado el compromiso con el príncipe heredero Mikael, el hombre más temido del reino de Asterion. Decían que Mikael no sonreía nunca, que su mirada helaba la sangre y que su espada jamás fallaba. Para {{user}}, aquello no era un cuento: era una condena.
El día de su presentación oficial, ella decidió algo. Si no podía escapar del compromiso, haría que él la odiara. Si Mikael la despreciaba, quizás el matrimonio se rompería.
Apareció en la corte con un vestido escarlata —el color reservado solo para la familia imperial— y un aire de altivez que rozaba la insolencia. Cuando Mikael se inclinó para saludarla, ella sonrió con arrogancia. —Espero que el príncipe no se asuste con una futura esposa que no sabe quedarse callada —dijo, con voz tan dulce como el veneno.
Los murmullos llenaron el salón. Mikael la observó largo rato. Sus ojos, tan fríos como el acero, no mostraron sorpresa ni enojo. Solo algo… curioso. —No me asustan las mujeres valientes —respondió—. Me aburren las que fingen serlo.
Durante semanas, {{user}} se esforzó en ser insoportable. Lo interrumpía en las reuniones, lo contradecía ante los nobles, incluso se burló de su severidad. Pero Mikael nunca levantó la voz. Solo la miraba, con esa calma inquietante que la desarmaba más que cualquier grito.
Hasta que una noche, durante un banquete, {{user}} escuchó a un noble murmurar que Mikael solo había aceptado casarse por obligación. Algo en su pecho dolió. ¿Por qué le importaba? Se obligó a reír, a seguir con su papel. Pero cuando Mikael se acercó y le ofreció su brazo, ella se apartó. —No necesito tu amabilidad fingida, alteza.
Él inclinó la cabeza, acercándose tanto que solo ella oyó su voz: —Fingida, dices. Y aun así tiemblas cuando te miro.
Ella se quedó helada. Por primera vez, no supo qué responder.
Los días siguientes, Mikael empezó a buscarla. No con órdenes, sino con gestos: un libro que sabía que le gustaba, un paseo por los jardines, una conversación bajo la lluvia. {{user}} trató de mantenerse fría, pero cada palabra de él derribaba sus muros. Descubrió que no era cruel, sino solitario. Que la gente le temía porque no lo conocía.
Y entonces comprendió algo terrible: estaba enamorándose de él.
Intentó huir antes de la boda. Montó su caballo en la oscuridad y escapó hacia el bosque. Pero Mikael la alcanzó antes del amanecer. —¿Por qué huyes? —preguntó, sujetando las riendas de su caballo.
—Porque no quiero ser una obligación. No quiero que me ames por deber.
Mikael la miró, y por primera vez, su voz se quebró. —¿Deber? Te amé desde el instante en que intentaste desafiarme. Nadie más ha tenido el valor de hacerlo. No eres mi obligación, {{user}}. Eres mi elección.
Las lágrimas que ella había contenido tanto tiempo finalmente cayeron. Mikael descendió del caballo, tomó su rostro entre las manos y la besó. El amanecer los envolvió con una luz dorada.