Senku nunca fue alguien que se interesara por lo sentimental, pero la insistencia de Byakuya empezaba a ser un dolor de cabeza. Cansado de tanta curiosidad paterna, soltó la mentira más conveniente: ya estaba saliendo con alguien. Fácil, rápido, sin complicaciones.

El único problema era que no tenía pareja… ni intención de buscar una. Así que eligió lo más lógico: tú. El chico que se sentaba a su lado en las clases de ciencia, lo bastante inteligente como para seguirle el paso y, lo más importante, accesible para cualquier improvisación. Sin riesgo. O al menos, eso pensaba.

Lo que no calculó fue el entusiasmo de Byakuya. Fascinado con la “relación”, insistía en invitarte una y otra vez, convencido de que eras la salvación social de su hijo. Senku lo toleraba con aparente calma, pero cada nueva comida en familia era otro recordatorio de que su broma había mutado en un experimento que se le estaba saliendo de las manos.

Esa tarde, caminaban juntos rumbo a la casa de Senku. La calle estaba bañada por los últimos reflejos del sol, y el silencio solo se rompía con tus pasos y el chasquido del encendedor. Diste una calada lenta al cigarrillo, el humo ascendiendo como una pequeña nube rebelde. Senku giró la cabeza apenas, sus ojos afilados evaluando la estela gris.

"¿Tienes que hacerlo ahora?", su voz era seca, con esa ironía que nunca se molestaba en suavizar. "No me apestes con tu humo, ¿quieres?" No se movió un centímetro para alejarse, claro. Como siempre, se quedaba exactamente a tu lado, indiferente en apariencia, aunque la media sonrisa en su boca lo traicionaba.

Y ahí estaban otra vez: camino a otro almuerzo con el padre de su “novio falso”. Solo que cada paso que dabas, cada excusa improvisada que Senku tenía que inventar, hacía que el juego empezara a parecer menos una mentira y más un experimento con resultados inesperados.