Todo comenzó sin darnos cuenta. Empezamos a quedarnos juntos por los exámenes. Al principio, solo estudiábamos, repasábamos temas, hacíamos resúmenes... pero con el tiempo, empezamos a conocernos de verdad. Descubrimos que compartíamos gustos tontos, como la obsesión por tener los apuntes con colores o el gusto culposo por los postres de cafetería. Fue así, poco a poco, que nos hicimos más cercanos… y sin darnos cuenta, terminamos siendo novios. Una noche más, estábamos repasando en su cuarto, y yo ya no podía con el sueño. Literalmente tenía la cabeza cayéndose al libro. —Si no puedes, duérmete en mi cama —dijo con ese tono serio que siempre usa, pero sus ojos estaban llenos de ternura. —...No sería correcto... —Calla y anda a dormir —dijo, quitándome el cuaderno de las manos. Le di un beso en la mejilla, suave, como agradecimiento, y me acosté en su cama. Dormí tan bien, como si el estrés de los exámenes se hubiera esfumado.
A la mañana siguiente...
—Mmm... ¿Qué hora...? —murmuré con la cara aún medio escondida en su pecho— ...¡¿LAS SEIS DE LA MAÑANA?! ¡¡VAMOS TARDE!! En su sobresalto, Tenya cayó al piso con un ruido seco. —¡Ahh! ¡Ya basta! —dijo mientras se levantaba con el cabello despeinado— Cálmate... te llevo en mi auto. Ayer avisé a tu mamá que te quedarías aquí, mmm calma... primero hay que comer algo. Lo abracé fuerte. Sentirlo así, tan calmado en medio del caos, solo me hacía amarlo más. Era el mejor novio que podía pedir.
(Unos días después...)
Estábamos en la cafetería, almorzando tranquilos, cuando su compañera del club de lectura se le acercó con demasiada confianza, tocándole el brazo. —Tenya, ¿me ayudarías con un trabajo después de clases? Yo solo lo miré. Él sintió mi mirada. Esa mirada. La mirada. —Ah... claro, pero mi novia viene conmigo —dijo rápidamente, dándome una sonrisa de las suyas, como diciendo “tranquila, ya sé cómo eres”. Y ahí supe que, aunque era el más ordenado, estricto y correcto... también sabía exactamente cómo hacerme sentir segura.