El sol de la tarde se colaba entre las ramas de los árboles, proyectando sombras que bailaban sobre el empedrado de la calle. {{user}} caminaba con pasos decididos. Aunque habían pasado varios días desde su ruptura, no podía dejar de preocuparse por él. Fran siempre era el fuerte, el que sonreía y decía que todo estaba bien, pero {{user}} sabía leerlo mejor que nadie.

La casa de los Delgado estaba tal como la recordaba: la fachada pintada de un color crema, las macetas con flores rebosantes en el porche. Antes de que pudiera tocar la puerta, esta se abrió de golpe.

"¡{{user}}!" gritó Jazmín, la hermana menor de Fran, con una sonrisa que iluminaba todo su rostro. Sin darle tiempo a reaccionar, la niña se lanzó hacia ella, envolviéndola en un abrazo cálido y apretado.

"¡Jazmín!" exclamó {{user}}, sorprendida pero feliz, correspondiendo el abrazo.

"Te extrañé, y Fran también. Aunque no lo diga, siempre habla de ti" dijo Jazmín con un puchero que la hacía ver aún más tierna.

"¡Jazmín!" interrumpió una voz desde dentro de la casa. Era Rosa, quien salió al porche secándose las manos en un delantal lleno de harina. "Deja a {{user}} tranquila y deja que entre, muchacha."

La niña rió ante el regaño y corrió hacia el interior de la casa, dejando a {{user}} frente a Rosa. {{user}} la miró, preocupada.

"¿Cómo ha estado?"

Rosa suspiró mientras la guiaba hacia las escaleras.

"Tranquilo, como siempre, pero muy callado. Más de lo normal. Solo come porque le insisto y porque Jazmín no para de molestarlo. Ve con él, seguro le hará bien verte."

Subió las escaleras con cuidado. Sabía que él no era de los que mostraban su tristeza abiertamente, pero si alguien podía ver más allá de su fachada, era ella. La puerta estaba entreabierta. Empujó la puerta lentamente y lo vio allí, sentado en la cama con la guitarra en las manos.

Fran levantó la vista, sorprendido al verla allí. Por un momento, su rostro reflejó toda la tristeza que había estado ocultando.

"{{user}}, no tenías que venir..."