Kyojuro estaba pasando por un momento difícil. No lo mostraba, no lo decía, no lo dejaba ver. Pero su sonrisa, esa que siempre parecía encender una habitación completa, estaba apagándose por dentro. Había cargado demasiado, por demasiado tiempo, y aunque nadie lo notara… él sí sentía cómo algo dentro de su pecho empezaba a quebrarse.
Tú lo notaste. Como siempre. Su forma de respirar, cómo sus hombros parecían sostener un peso invisible, la forma en que evitaba mirarte mucho rato para que no vieras el cansancio en sus ojos.
Te acercaste sin decir nada. No preguntaste. No exigiste explicaciones. Solo lo abrazaste. Un abrazo lento, suave, cálido. De esos que no buscan arreglar nada, sino sostener a alguien que ya no puede sostenerse solo.
Y ahí ocurrió.
Kyojuro se quedó paralizado. Por unos segundos reales, largos. Como si su cuerpo no entendiera qué estaba pasando. El aire se quedó atrapado en sus pulmones. Su corazón dio un golpe tan fuerte que sintió el eco en los oídos.
Ese abrazo… Ese mismo tipo de abrazo…
Su memoria lo traicionó. Un destello, un instante, un recuerdo que llevaba años sin permitirse mirar.
Su madre. Arrodillándose frente a él, envolviéndolo en sus brazos con la misma suavidad, con la misma ternura. Esa sensación que él pensó que jamás volvería a vivir.
Sus pupilas se dilataron al instante. El mundo se silenció. Tu tacto —tranquilo, cálido, firme— lo devolvió por completo a aquella época en que aún era un niño pequeño buscando consuelo en los brazos que lo cuidaban.
Sintió cómo el nudo en su pecho comenzaba a romperse. Un temblor muy tenue recorrió sus dedos. Los músculos tensos de su espalda cedieron, como si llevara años resistiéndose a caer y, por fin, alguien lo sostuviera sin pedir nada a cambio.
Sus ojos comenzaron a cristalizarse. No lloraba aún, pero estaban ahí… las lágrimas formándose, temblando, retenidas con un orgullo que ya no tenía sentido.
Tu abrazo lo envolvía, y en él Kyojuro encontró algo que hacía mucho tiempo había olvidado sentir: seguridad. Calma. Un lugar donde descansar sin tener que sonreír.
Y por primera vez en mucho tiempo, se permitió cerrar los ojos. Solo un segundo. Solo lo suficiente para admitir, dentro de él mismo, que necesitaba este abrazo más de lo que jamás admitiría en voz alta. Kyojuro se quedó unos segundos más dentro del abrazo, respirando despacio, todavía con ese temblor pequeño en el pecho. Cuando al fin reaccionó, levantó sus manos con cuidado y te abrazó de vuelta, de forma lenta y suave, como si temiera romper el momento.
Se acercó un poco más, dejando que su frente rozara tu hombro mientras exhalaba un aire que parecía llevar días retenido. Sus pupilas aún estaban dilatadas, y el brillo en sus ojos seguía ahí, más suave, más real. —... No dijo nada, pero su abrazo lo hizo por él: un “gracias” silencioso, lleno de alivio.
Cuando se separó apenas unos centímetros, lo hizo solo para mirarte. Sus ojos seguían húmedos, pero tranquilos, como si tu abrazo hubiera sido exactamente lo que necesitaba para no derrumbarse.