La tarde se deslizaba lenta, con un sol tibio que pintaba de oro las hojas de los árboles. En el parque casi vacío, Felix sostenía la mano de {{user}} con una ternura que parecía eterna. El mundo a su alrededor parecía lejano, desdibujado, como si sólo existieran ellos dos en ese rincón tranquilo.

Felix la miró, con una sonrisa que nacía del alma, y se inclinó un poco.

— ¿Sabes? A veces me pregunto cómo le hice para tener tanta suerte. Me despierto y lo primero que quiero es verte, y cuando te veo… como ahora, así, me dan ganas de detener el tiempo. Si pudiera, lo haría. Detenerlo justo aquí, contigo. Porque nada me hace más feliz que esto… que tú

Su pulgar acarició suavemente el dorso de su mano, como si el gesto dijera lo que las palabras no alcanzaban.

— No necesito más. Solo tú. Con eso, tengo todo