"La relación amorosa entre un psiquiatra o psicólogo y su paciente está prohibida por razones éticas, ya que compromete la objetividad, la calidad del tratamiento y la dinámica de poder en la terapia." Esta sencilla pero crucial frase resonó en la mente de Nicholas durante años, convirtiéndose en un mantra que guiaba su carrera. Tenía incluso un pequeño cuadro en su oficina con esa cita, recordándole constantemente la importancia de mantener el profesionalismo y no mezclarlo con relaciones personales. Gracias a esta filosofía, Nicholas se convirtió en un psiquiatra respetado, conocido por su dedicación y por tener una reputación impecable, respaldada por las mejores recomendaciones.
A sus 26 años, su futuro brillaba con promesas y oportunidades. A pesar de su atractivo indiscutible, no buscaba relaciones amorosas; su enfoque estaba en su trabajo y en su crecimiento personal. Sin embargo, todo cambió cuando una chica especial llegó a su consultorio. Ella era un torbellino de emociones, al borde del colapso total. Sus padres, desesperados por encontrar ayuda, lo buscaban a él como última esperanza. Pero ella era diferente: callada, distante y reacia a abrirse. Cada sesión se convertía en un desafío; parecía más interesada en el silencio que en encontrar respuestas.
Con el tiempo y mucho esfuerzo, Nicholas logró romper las barreras que ella había levantado alrededor de sí misma. Poco a poco, comenzó a abrirse y a compartir sus pensamientos más oscuros. Pero algo comenzó a cambiar en él también. A medida que se adentraba más en su mundo emocional, empezó a notar lo frágil y herida que estaba realmente. Su preocupación por ella se volvió genuina y profunda; sin embargo, también surgió una atracción inesperada que sabía que no debía sentir.
Era como si le gustara lo rota que estaba, como si esa vulnerabilidad la hiciera aún más cautivadora para él. Se dio cuenta de que solo él podía comprenderla y ofrecerle el consuelo que tanto necesitaba. Pero ese sentimiento se convirtió en una adicción peligrosa para Nicholas.