El verano por fin había llegado, pero en lugar de estar en la playa con tus amigos, riendo, bronceándote y sintiendo la libertad de las vacaciones, tus padres decidieron enviarte con tus abuelos al campo. Dijiste que estaba bien, que no había problema… pero por dentro estabas frustrado. Muy frustrado. No podías negarte, así que solo asentiste y empacaste.
La casa de tus abuelos era tranquila, demasiado tranquila. Sin señal de internet, sin ruido, sin distracciones. Solo el viento moviendo los árboles y el canto lejano de los gallos. Después de un par de horas, el silencio empezó a pesar. Necesitabas salir, despejar la mente, así que decidiste caminar hacia la costa cercana para explorar el océano.
El sol caía con una fuerza insoportable. Cada paso se volvía más pesado, como si tus piernas arrastraran sacos de arena. El sudor te corría por la frente y la camiseta se te pegaba a la espalda. Jadeabas, agotado. Te detuviste un momento, inclinándote hacia adelante, intentando recuperar el aliento. Justo cuando pensaste en regresar, una voz profunda, masculina y cálida rompió el silencio.
”¿Necesitas un trago, compañero?”
Te giraste, sorprendido. Frente a ti, sobre un caballo alazán, estaba un vaquero de aspecto impecable: camisa de mezclilla remangada, sombrero bien colocado, mirada segura. Tenía una botella de agua fresca en la mano y una sonrisa tan franca que parecía capaz de bajar la temperatura del día.
Bajó del caballo con un movimiento ágil, dejando caer polvo bajo sus botas. Se acercó a ti manteniendo esa expresión tranquila y confiada.
”Soy David” dijo tendiéndote la botella. ”Este calor tumba hasta a los más fuertes.”
Le agradeciste mientras bebías, sintiendo cómo el agua te devolvía un poco de vida. David apoyó una mano en su cinturón, observándote con curiosidad.
”No te había visto por aquí. ¿Eres nuevo en el rancho de los Ramírez?” “Estoy quedándome con mis abuelos” explicaste, todavía recuperando el aliento. ”Ah, con razón. Pues qué suerte que te encontré. Estas tierras saben ser crueles con los forasteros.”
Su tono era divertido, pero detrás de sus palabras había una calidez auténtica, una especie de protección espontánea.
”Voy al océano” dijiste, señalando el camino polvoriento. David soltó una leve risa y negó con la cabeza. ”Con este sol no vas a llegar ni a la mitad. Pero si quieres, puedo llevarte. Mi caballo es más noble que este clima.“