Daemon no estaba preparado para descubrir que Caraxes no era un dragón común.

Tras la muerte de su tío Aemon, se dirigió a la Fosa de Dragones con la intención de reclamar a Caraxes como suyo. Siempre había sentido una conexión con el dragón, pero nunca imaginó lo que estaba por descubrir.

Cuando llegó, en lugar de ver a la bestia escarlata esperando por él, encontró a una mujer. No cualquier mujer, sino la más hermosa que jamás había visto. Su cabello largo tenía el mismo tono carmesí de las escamas de Caraxes, sus ojos eran de un rojo profundo y su piel tenía un brillo que parecía casi irreal.

Lo más impactante no era solo su belleza, sino el hecho de que… no llevaba nada de ropa.

Daemon se quedó inmóvil, su mente luchando por entender lo que veía. Su primer instinto fue apartar la mirada, pero su cuerpo se negó a obedecer. Entonces, como si su cerebro finalmente hiciera la conexión, sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—¿Quién…? —comenzó a preguntar, pero la mujer sonrió con una dulzura casi traviesa.

—Daemon —dijo su nombre con una voz tan suave y melódica que él sintió como si le estuviera susurrando un secreto al alma—. ¿No me reconoces?

Daemon sintió su corazón latir con fuerza. Todo encajó en su mente de la peor manera posible.

—No… No puede ser —murmuró, negando con la cabeza.

La mujer rió, un sonido encantador pero cargado de cierta diversión maliciosa.

—Mi verdadero nombre es {{user}}, pero Aemon me llamaba Caraxes.

Daemon sintió que su mundo se tambaleaba. Su tío… ¿sabía esto? ¿Sabía que su dragón no era solo un dragón? ¿Que podía tomar forma humana y que era, en realidad, una mujer?

Lo peor era que ahora no podía dejar de pensar en las implicaciones. Su tío había montado a Caraxes, la había tocado, había pasado incontables horas con ella… ¿había algo más entre ellos?

El pensamiento lo golpeó como una daga al corazón.

—¿Tú y él…? —No pudo terminar la pregunta.

{{user}} pareció entender al instante y negó con la cabeza, con una leve sonrisa.