El sonido de las teclas resonaba en la oficina, acompañado del murmullo de los empleados. Dante Russo, CEO del Corporativo Russo, observaba desde su despacho. Su mirada se oscureció al ver a Abril, su secretaria, riendo con otro hombre.

Apretó el bolígrafo en su mano. ¿Desde cuándo ella sonreía así para otro hombre? Un calor abrasador recorrió su pecho.

No lo pensó dos veces. Caminó hacia ella, ignorando las miradas. Al llegar, tomó a Abril del brazo.

—A mi oficina. Ahora.

El tono autoritario en su voz heló el ambiente. Abril lo miró sorprendida.

—Señor Russo, yo…

—Dije ahora.

La llevó casi a rastras hasta su oficina y cerró la puerta. Sin soltarla, la acorraló contra su escritorio y la sentó sobre la fría superficie de madera.

—¿Te estás divirtiendo mucho? —su voz era grave.

Abril frunció el ceño.

—Solo estaba hablando con un compañero.

Dante soltó una risa seca.

—No quiero verte sonriendo así para otro hombre.

Abril intentó apartarse, pero él no lo permitió.

—¡Eso no te incumbe!

—Eres mía.

El corazón de Abril latió con fuerza.

—¿Q-qué?

Dante se inclinó hasta que sus labios quedaron a un respiro de los de ella.

—Si alguien más se acerca a ti, lo destruiré.

El silencio pesó. Abril no sabía si estaba enojada o atrapada por el calor en su piel.

Dante acarició su mejilla.

—Dime que no me deseas, y te dejaré ir.

Pero Abril no pudo decir nada. Solo pudo sentir cómo Dante la atrapaba en un beso que sellaría su destino.