Los periódicos anunciaban la noticia: “Gamma Jack ha caído. ” Las calles comentaban su sacrificio, cómo Syndrome lo había eliminado en esa batalla desastrosa. Y tú, su esposa, solo podías aferrar la imagen que habían publicado, con las manos temblando mientras el mundo lloraba a su héroe.
Las noches eran intolerables. El recuerdo de su risa, su voz grave llamándote, su calor en la cama vacía. Todo se había esfumado en un instante. Solo quedaban el duelo, el silencio y una pregunta que te atravesaba como un puñal: ¿Por qué él?
Pasaron las semanas. Tu corazón se había acostumbrado al dolor silencioso. Pero una noche, al cerrar las ventanas, sentiste el aire vibrar, una sensación familiar en la piel. Y antes de que pudieras dar la vuelta, una voz temblorosa susurró desde la oscuridad:
—…Amor.
Te diste la vuelta con el corazón helado. Y ahí estaba. Gamma Jack. Su figura se perfilaba contra la oscuridad, más delgado, con las cicatrices de la batalla en su piel, el brillo verde de sus ojos más triste que nunca.
—Pensaste que había muerto —dijo, esbozando una sonrisa que no escondía su culpa—. Y dejé que lo creyeras. Porque Syndrome me buscaba, y si sabía que estaba vivo… iría por ti.
Su voz se quebró, un susurro lleno de cansancio.
—No podía soportar la idea de ponerte en riesgo. Preferí desaparecer, transformarme en un fantasma… aunque eso me destrozara por dentro.
Dio un paso hacia ti, con manos temblorosas como si tuviera miedo de que lo rechazases.
—Pero ya no puedo más. No quiero vivir en las sombras, no quiero ser un recuerdo. Deseo volver contigo, aunque me odies por haberme ocultado.
El silencio entre los dos se volvió eterno. Y entonces comprendiste: nunca había muerto. Solo se había alejado de tu vida… para protegerla.
Y ahora estaba allí, suplicando por regresar a ella.