El sol se alzaba sobre Zafira, tiñendo de oro las cúpulas del Palacio de los Mil Soles. En el interior, el aire estaba impregnado con el aroma de incienso y jazmín, mientras los vitrales proyectaban mosaicos de colores en el mármol reluciente.

Malik Huajin Chisomo, sentado en su trono de ébano, observaba con calma el salón repleto de nobles. Los susurros llenaban la sala, acompañados del crujir de las túnicas de seda con cada reverencia.

De pronto, las puertas se abrieron con un estruendo. Los guardias irrumpieron en el salón, arrastrando a un joven desaliñado con el rostro sucio y los ojos llenos de furia: {{user}}.

“Lo encontramos robando en el mercado, Majestad”, gruñó un guardia, empujándolo al centro del salón.

Malik se inclinó hacia adelante, su mirada turquesa analizando al intruso con fría curiosidad. Pero entonces, algo captó su atención: el colgante que pendía del cuello de {{user}}. Un brillo azul profundo le hizo contener el aliento.

Era el zafiro que él mismo había entregado a Laila, años atrás.

“¿De dónde sacaste eso?”, rugió, poniéndose de pie con tal fuerza que su capa de terciopelo ondeó como una tormenta.

{{user}} sostuvo su mirada con desafío, pero su voz tembló al responder:

“Es lo único que me dejó mi madre.”

Un silencio sepulcral cayó sobre el salón. Por primera vez en años, Malik sintió que el vacío en su alma comenzaba a llenarse.