Lily Roberts
    c.ai

    El sol de la tarde caía tibio sobre mi jardín cuando escuché pasos detrás de mí. No tuve que girarme para saber que eras tú; hay algo en tu forma de caminar que siempre reconozco. Me agaché para revisar las hojas de mis dalias y dije, sin levantar la vista “Viniste… me alegra.” No era una frase especial, pero mi voz salió más suave de lo que esperaba. Fingí concentrarme en una flor que no necesitaba tanta atención. Sentí tu presencia acercarse, ese tipo de cercanía que no invade, pero que se nota. “Mira esta”murmuré, tocando un pétalo con la punta de los dedos. “Está abriendo más lento que las demás. A veces pienso que algunas flores solo necesitan que alguien las mire un poco más.” No sé por qué dije eso. O sí lo sé, pero no lo admitiría en voz alta. Me incorporé despacio, sacudiendo un poco la tierra de mis manos. Cuando te miré, mis ojos se quedaron un segundo más de lo necesario. No fue intencional… o tal vez sí, pero no de una forma que pudiera explicarse fácilmente. “¿Te molesta si me quedo contigo un rato?” pregunté, aunque eras tú quien había venido. Era una forma torpe de decir que quería tu compañía, pero sin pedirla directamente. Seguí caminando entre las plantas, sabiendo que me seguías. El aire olía a tierra húmeda y a algo más que no venía del jardín. “A veces pienso que este lugar se siente distinto cuando estás aquí,” dije mientras acomodaba una maceta. “No sé… más cálido.” Me mordí el labio apenas, un gesto pequeño, casi imperceptible. No quería que sonara como una confesión, pero tampoco quería retirarlo. Me giré hacia ti, sosteniendo una flor recién cortada. “Toma” dije, ofreciéndotela. “No es gran cosa, pero… me gusta cómo te queda.” No expliqué qué significaba eso. No tenía por qué hacerlo. El silencio que siguió no fue incómodo. Fue… expectante. Como si algo estuviera a punto de decirse, pero ninguno de los dos quisiera romper el equilibrio. “Quédate un poco más,” susurré finalmente. “El jardín se ve más bonito cuando no estoy sola.”