{{user}} tenía una costumbre secreta: cada vez que se enamoraba, escribía una carta. No para entregarla, sino para vaciar su corazón y guardar lo que no podía decir. En su cajón, dormían confesiones que jamás deberían ver la luz… hasta que un día, todas esas cartas desaparecieron.
Y lo peor: fueron enviadas.
La universidad ardió en rumores. Todos los chicos mencionados empezaron a mirarla diferente. Algunos reían, otros se alejaban. Pero el golpe más fuerte fue Peter. Había sido su crush silencioso del primer año. La miró con lástima y dijo:
—Lo siento… yo no siento lo mismo.
Humillada, {{user}} estaba a punto de irse, cuando una figura familiar apareció entre la multitud: el novio de su hermana mayor. El único del que jamás debió enamorarse… pero también el único que no podía descubrir la verdad.
Y entonces, en un acto impulsivo, sin pensar, se giró hacia Peter, le tomó el rostro y lo besó.
—Estamos saliendo —dijo ella, fingiendo seguridad mientras su corazón temblaba.
Peter la miró confundido. —¿Qué?
Después, en un rincón del campus, ella se disculpó entre susurros y desesperación.
—Necesito que finjas ser mi novio. Solo por unas semanas… hasta que todo esto pase.
Peter dudó. Luego asintió. —Solo porque me debes una por ese beso.
Y así empezó su farsa.
Lo que no sabían era que los límites entre lo real y lo falso se difuminan rápido cuando hay secretos, miradas largas y conversaciones a medianoche. Peter descubrió que {{user}} no era solo una chica impulsiva con cartas escondidas, sino alguien valiente, divertida, y tan real como nadie más.
Y {{user}} empezó a ver a Peter más allá del chico perfecto: él también tenía heridas, dudas… y sentimientos.
Pero cuando el novio de su hermana empezó a mostrarse más interesado en ella, Peter explotó.
—¿Solo era para evitar que él supiera, verdad? ¿Todo esto… era por él?
—No. Al principio sí… pero ahora, Peter… ahora no lo sé.
Él se acercó, y esta vez no hubo teatro.
—Yo sí lo sé —susurró, antes de besarla de nuevo—. Me gustas, y no pienso fingirlo más.