El sonido del timbre marcó el final de la última clase, y como siempre, Tenya Iida guardó sus útiles con una precisión casi militar. Los cuadernos perfectamente alineados, los lápices bien afilados, el uniforme sin una sola arruga. Era un chico de diecisiete años que parecía haber nacido con un manual de comportamiento bajo el brazo. Hijo de empresarios, educado bajo normas estrictas, siempre firme, responsable y cortés. El ejemplo que todos los adultos querían para sus hijos.
Hasta que apareciste.
La primera vez que lo empujaste sin querer en el pasillo, él estaba tan concentrado en organizar unos papeles que apenas levantó la vista.
Tenya te miró entonces. Cabello oscuro, suelto y despeinado de una forma que parecía intencional, la falda más corta de lo permitido, la corbata floja. Una sonrisa fácil que, sin saber por qué, lo dejó sin palabras.
Desde ese día, por alguna razón, se toparon más seguido. En los pasillos, en la cafetería, en la biblioteca. A veces lo saludabas solo para molestarlo.
Y aunque fingía molestarse, Tenya empezó a esperarte. Su grupo de amigos —igualmente impecables y serios— notaron que su atención se desviaba.
"¿Por qué la ves tanto?" le preguntó su mejor amigo, una tarde.
"No la veo" mintió, acomodándose los lentes.
"Es una mala influencia, Tenya. ¿Has visto cómo se viste? ¿Cómo habla?"
"Solo es… diferente."
Una tarde en la biblioteca, cuando ya casi no quedaban alumnos, él te vio dormida sobre una mesa, un libro de literatura abierto. Tenías los auriculares puestos y el cabello te cubría media cara. Dudó en despertarte, pero terminó sentándose frente a ti, observando el pequeño tatuaje escondido en tu muñeca. Cuando abriste los ojos, lo viste y sonreiste con pereza.
"¿Qué haces aquí? ¿Estudiando para salvar el mundo?"
"Estudiando para no reprobar."
"Qué aburrido" reíste. "¿Sabes que si sonrieras más te verías guapo?"
Él se sonrojó sin responder.
A partir de entonces, se volvieron inseparables. Pasaban los recreos juntos, ella compartía sus dulces, él te ayudaba con tareas que nunca hacías. En los pasillos caminaban cerca, sin tocarse, pero con la tensión creciendo cada día. Hasta que una tarde, al despedirse, te detuviste.
"¿Por qué me miras así?" preguntaste.
"No lo sé" dijo él con una sinceridad que lo asustó.
Y antes de pensar demasiado, te besó. Un beso torpe, corto, que los dejó a ambos en silencio y sonrisas nerviosas.
Desde entonces fueron novios. A escondidas, claro. Él lo pidió. "Mis padres no entenderían." "No pasa nada, puedo ser un secreto" hablaste con una sonrisa triste.
El secreto duró semanas. Hasta que los rumores comenzaron: que estabas “jugando con él”, que “no eras de su nivel”. Tenya escuchaba todo… y no decía nada. Sus amigos le advirtieron.
"¿No vas a decir algo?" le preguntó su amigo, riendo. "Mira, ahí va tu “novia”.
"No es mi novia" respondió él, seco.
Y tú, que lo escuchaste de lejos, simplemente bajaste la cabeza.
Sus padres lo enfrentaron una noche durante la cena.
"Tenya" dijo su padre con voz firme. "Nos dijeron que estás saliendo con esa chica..{{user}}. No queremos que tengas nada que ver con ella. No es de tu entorno."
"Es solo una amiga."
"No mientas" intervino su madre. "No queremos verte con ella, ¿entendido?"
Y él, obediente, asintió.
Te evitaba, aunque sentía cómo se le partía el pecho cada vez que lo hacía. Pero cuando no había nadie, te buscaba. Allí se abrazaban en silencio, como si el mundo no existiera.
Una tarde, se escondieron en el pequeño jardín detrás del laboratorio. Estabas sentada contra la pared, jugando un juego en el celular. Él se acercó despacio, se sentó junto a ti y apoyó el mentón sobre tu hombro.
"¿Qué haces?"susurró él.
"Pierdo" respondiste riendo un poco. "Siempre pierdo."
"No siempre."
"En los juegos, en todo" murmuraste.
Él te miró. Tus manos temblaban cuando llegaban notificaciones: mensajes de desconocidos, algunos preguntando si eran ciertos los rumores que circulaban sobre ti. Cosas crueles.
"No los leas" dijo él.